Ha sido noticia la compra y posterior venta de una vivienda subvencionada por la Comunidad de Madrid por un joven dirigente de Podemos, que a la sazón es también el portavoz de dicho partido en el Senado y ahora secretario general en Madrid. No nos interesa aquí entrar en la legalidad o no de las operaciones de compra y venta, ni tampoco opinar si en el caso de que dicha conducta sea legal es también ética. Tampoco pretendemos hacer un juicio severo de la conducta del senador en cuestión. Y tampoco nos interesa entrar en la confrontación del discurso público de Podemos y el comportamiento privado de sus líderes. Todo eso lo damos por sabido. Consideramos, hasta donde alcanza nuestro conocimiento de lo publicado, que lo sucedido puede observarse desde otra perspectiva que resulta más interesante y esclarecedora en estos momentos en que son varias las incertidumbres sobre el futuro de nuestro país.

Para ello nos situamos en los tiempos predemocráticos y los posteriores a la entrada en vigor de la Constitución. Muchos de los españoles vivimos en esos tiempos. Fuimos pocos los que tuvimos la suerte de poder estudiar en la universidad, unos pocos cientos de miles de privilegiados que contrastan con los cerca de millón y medio de estudiantes universitarios actuales. La inmensa mayoría de los estudiantes universitarios estábamos dedicados a estudiar, a divertirnos con los precarios medios económicos del momento, algunos a emplear nuestras energías en combatir el régimen dictatorial en que nos tocó vivir y, posteriormente, a buscar empleo adecuado a nuestros estudios. Vivimos en los años 60 y en la mayor parte de los 70 del pasado siglo en la precariedad económica, con servicios públicos raquíticos, con infraestructuras precarias, y privados del ejercicio de derechos fundamentales y libertades públicas. En aquellos tiempos, y también en posteriores años, no conocimos a nadie que cuando cursaba el primer curso o posteriores de su carrera tuviera como uno de sus afanes adquirir en propiedad una vivienda, ni siquiera con el apoyo económico de sus padres, parientes o entidades financieras. Y si hubiera existido, el apelativo más cariñoso que le hubiéramos dedicado sería el de ultraconservador.

Lo que ha sucedido con el portavoz de Podemos en el Senado resulta relevante para entender algunos de los problemas de colisión de generaciones que se da en la actualidad; porque más allá de otras interpretaciones que se han realizado no cabe duda de que se está produciendo un choque de generaciones: de una parte, los que trajimos la democracia a España, y de otra parte los que han nacido y disfrutado de una sociedad democrática y con abundancia de bienes, si la comparamos con las de tiempos atrás. Y una de las causas de dicho choque tiene su origen en que los mayores no hemos sido capaces de explicar a los que nacieron en democracia de dónde venimos y dónde estamos. Estos jóvenes de Podemos (solo nos referimos a ellos, y no a la totalidad de sus miembros y votantes) parecen desconocer nuestra historia más reciente. Es más, a la que muchos llaman la generación de 1978, la generación de la Constitución, la desprecian y vilipendian, así como a los gobiernos que construyeron el Estado social y democrático de derecho del que disfrutamos en la actualidad. Y es un desconocimiento que no puede justificarse en los que son o han sido universitarios, pues cualquiera que se precie de serlo no puede contentarse con ser un especialista en una determinada materia, sino que debe exigirse a si mismo comprender el mundo en que vivimos, empezando por la historia más reciente de nuestro país, que fue capaz de pasar de una dictadura a una democracia moderna de un modo pacífico, ejemplar, por mucho que por ignorancia o mala fe se pretenda presentar a la Transición como una etapa lamentable de la que debiéramos avergonzarnos.

Lo sucedido alrededor del dirigente de Podemos no es una mera anécdota, es mucho más. En primer lugar, a sus compañeros de partido se les puede aplicar el dicho bíblico de que ven la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio, pero este desequilibrio en el juicio es lo de menos. Yendo más allá de esta apreciación, la sensación que se desprende de la reacción de los líderes de Podemos es que consideran que los derechos de que disfrutamos son derechos inmemoriales, que no ha sido necesario conquistarlos, construirlos y conservarlos con el esfuerzo de varias generaciones. Sin embargo, son derechos, entre ellos el que ha disfrutado el dirigente de Podemos, fruto de la democracia construida como consecuencia de la Constitución de 1978, mayoritariamente por las generaciones que habíamos sufrido la dictadura. Hasta muy recientemente, entre otros tantos ejemplos que pueden ponerse, los planes de vivienda pública del Estado, de las comunidades autónomas y de los ayuntamientos no estaban previstos para los jóvenes.

Es la generación de la Constitución de 1978 la que ha dotado a nuestro país de un ordenamiento jurídico muy estimable, creando y garantizando el disfrute de derechos fundamentales y libertades públicas, generalizando los servicios públicos sanitarios, educativos, de asistencia social, creando un sistema de pensiones públicas dignas, de las que disfrutan millones de españoles, y un largo etcétera de prestaciones antes precarias o desconocidas. Claro está, estamos en una etapa de crisis económica y es necesario adaptarse a los tiempos, a la globalización. Hay que afrontar nuevos retos; es necesario introducir reformas en la mayoría de los sectores. Pero afortunadamente las reformas se pueden llevar a cabo sobre cimientos muy sólidos. Desde la libertad y desde el pluralismo político.

Parece evidente que no hemos sido capaces de enseñar a las nuevas generaciones lo que se ha hecho en nuestro país en las últimas décadas. No hemos sido capaces de transmitir a los jóvenes, particularmente a los podemitas, que hay un tiempo para la formación y otro para desempeñar puestos de responsabilidad. De la misma manera que para curar nuestras enfermedades exigimos que nos atiendan médicos expertos, y no estudiantes de medicina, debiéramos rechazar que nos gobernaran los que están en la edad del aprendizaje. No parece razonable que desde el desempleo, desde etapas formativas iniciales, desde empleos precarios o desde el desconocimiento supino, se pretenda y se consiga gobernar ayuntamientos, comunidades autónomas o el Estado mismo. Y no es razonable que sigamos considerando a personas que han acreditado un gran conservadurismo en sus comportamientos personales aunque se vistan de renovadores, como portadores de nuevas ideas capaces de solucionar nuestros problemas, cuando lo que acreditan son comportamientos personales ultraconservadores, pues difícilmente se puede calificar de otro modo lo realizado por el joven senador de Podemos propiciado por un estado de bienestar que aborrecen de modo hipócrita. Por eso no debe extrañar que muchos consideremos que Podemos es un partido populista fruto, probablemente, de la incapacidad de los que integramos la generación de la Constitución de explicar el pasado.