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Soy laurel de honor

Un mensaje «cachondo» de un lector del «Maldeojos» provocó una serie de reacciones en la red coronadas con un tuit del diputado popular Juan Guillamón, en el que felicitaba a esta sección por haber ganado el Laurel de Honor, un galardón que no existe.

Verán, soy Laurel de Honor al Mejor Cronista de Televisión. Escribo todas las palabras con mayúscula para darle más empaque a la mentira. Todo empezó hace unas fechas. Y como suelen ser algunas cosas, de la forma más inesperada, tonta e imprevisible que se pueda imaginar. Una mañana encuentro en mi cuenta de Twitter el mensaje de un lector diciéndome, textual, «Confirmado. Acabas de obtener el laurel de Honor al mejor cronista de televisión. Enhorabuena». Me lo escribió Juan Guillamón, diputado del PP en la Asamblea Regional de Murcia. Se ve que en un arrebato de lector agradecido, ese tipo de reacciones que tenernos cuando nos ha gustado algo, Juan decidió dirigirse a mí para dejar constancia de ese momento. A mí me pareció divertido y sin más, copiando el mensaje, me fui con el reciente «premio» a mi muro de Facebook donde subo artículos para mi blog. Así da gusto empezar el día, escribí. Y coloqué el tuit de Guillamón tal como él me lo envió. Para mí estaba claro que se entendería el guiño. Cerré el ordenador y me olvidé del asunto. Hasta que en grupos de Whatsapp, ya en las primeras horas de la noche, empiezan a felicitarme, incluso algunas primas van dejando claro su orgullo por «tener un primo tan famoso». Casi al mismo tiempo, con los ojos como cacerolas, suena el timbre de casa. Me asomo a la terraza, y desde abajo vuelven a felicitarme «por el premio». Me explican que es algo de la tele, y ahora sí, acabo de caer. Ya sé de qué se trata. Corro al ordenador y, en efecto, un montón de contactos me dan la enhorabuena. Me resulta todo tan tierno, tan bonito, tan emocionante, pero montado sobre una falacia, que no sé qué hacer. Decido escribir una entrada explicando la confusión, dejando claro que no he recibido más premio que el de un lector que acaba de leer el Maldeojos del sábado y expresa su satisfacción con un mensaje cachondo en el que me nombra nada menos que Laurel de Honor al mejor cronista de televisión. Me tranquiliza saber que se ha deshecho el entuerto. Ja.

García Márquez

Esa explicación provoca un torrente aún mayor de apoyos. Prefiero callar las cosas que me dicen algunas personas porque me ruborizan. Está claro, resumo, que si no existe el Laurel de Honor al mejor cronista de televisión hay que crearlo, y me lo tienen que dar. El delirio es una bola de nieve que va rodando y haciéndose tan grande que salta, como anécdota, a una sección de La Opinión de Murcia, que se hace eco de la historia. Que a día de hoy, y a pesar de las explicaciones, todavía tiene vida. Cuento todo esto, con todo lujo de detalles, y me he convertido en protagonista de esta columna, para que el lector tenga todos los datos. Hasta aquí lo que ha dado de sí la ingenuidad de contar algo en internet, en las redes sociales, y no prever sus consecuencias. Hecho que, pasados los primeros momentos de sorpresa, me condujo a una reflexión más inquietante. ¿Cuántos bulos, bolas, mentiras, ideas, mensajes, y maldades se cocinan a conciencia desde eso que se llama el poder, o los partidos, o cualquier gilipollas al que se le ocurra inventarse lo que le venga en gana? Da miedo pensarlo. Todavía hay gente que sigue dando por verdadera cualquier cosa que venga de la pantalla. Hoy por hoy, de la que sea, de la que tenga a mano, ordenador, tableta, o móvil. Internet es un nido de mentiras, un territorio donde la primera víctima es la verdad. Hay todavía gente que de vez en cuando sube a la Red la «carta de despedida de García Márquez», y gente que, como loca, le da al «me gusta». Semejante patraña, un texto que jamás podría haber escrito el maestro, no sólo es algo ajeno al mundo de un escritor que construyó geografías únicas con un lenguaje y sintaxis prodigiosas sino que es un texto mal escrito que cuando el Nobel leyó sólo acertó a decir, «lo que me puede matar es que alguien crea que escribí algo tan cursi».

El Maldeojos

La verdad es tan flaca como el descaro con el que se manipula y pisotea. Insisto, el vago territorio de internet, tan poderoso, con sus redes sociales echando espumarajos cada segundo, abonado por perfiles reales o inventados que se agazapan en la oscuridad y se envalentonan porque nadie va a pedir explicaciones, es una huerta idónea para la insidia y la mentira. Contra eso, la apuesta sin descanso por la credibilidad. Decía hace poco el periodista Iñaki Gabilondo, en una visita a El intermedio, que no es de ningún partido, por más que le duela, y mucho, la situación del PSOE. Yo no soy de ninguna cadena, de ninguna tele, por más que me duela, y me duele como ciudadano y como comentarista, la situación de TVE, y por más que tenga mis cadenas preferidas. Lo digo porque, igual que hoy huyo de los informativos de Telecinco, a los que Pedro Piqueras ha llevado a cotas de basura tan abultada como la audiencia que tienen, hubo un tiempo, dirigidos por Juan Pedro Valentín, con nombres como Ángels Barceló, Juan Ramón Lucas, o Monserrat Domínguez, que eran la salvación informativa, el oasis de la dignidad frente al fango y el descaro de Antena 3 y TVE, entregadas como zorritas al Gobierno de Aznar, incluyendo a Alfredo Urdaci, acusado, con sentencia firme, de manipulador. La misma cadena, Telecinco, que tuvo aquella época de esplendor informativo, está hoy entregada a un «periodismo» fatuo y de mero entretenimiento. En esta columna jamás, salvo pequeñeces, he recibido la llamada de mis directores para decirme que por ahí no. Jamás. He escrito con tino o no, pero lo que me ha salido de la flor, y así desde que a Ramón Ferrando, mi primer director „en 2018 hará 30 años„ se le ocurriera pedirme una columnita comentando un programa de la tele. Gustó, y me pidió continuidad y nombre. Llamé a la cosa Maldeojos „todo junto, correctores, todo junto„. Y hasta hoy. Por cierto, mi familia me hizo una entrega sorpresa encasquetándome la otra noche una corona de laurel entre risas de hermanos, primos, sobrinos y chiquillería. Y hay fotos, créanselo. No miento. Soy Laurel de Honor. Por ustedes, queridas, queridos lectores.

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