Aquí y allá, cada vez se publican más noticias sobre efectos ya evidentes del calentamiento global en la superficie terrestre. Hay dos últimas noticias de interés. El aumento del CO2 en la atmósfera terrestre está originando mayores procesos de fotosíntesis en las masas de vegetación. Esto supone que la capacidad de absorción de este gas de efecto invernadero por la masa vegetal habría aumentado desde 1950, de dos petagramos en 1950 a cuatro en 2015, pero sería insuficiente para absorber el total de emisiones anuales de dióxido de carbono a la atmósfera terrestre. Océanos y bosques sólo son capaces de retener el 50 % de estas brutales emisiones anuales. La mayor absorción de CO2 está alterando, en algunas especies, la relación carbono/nitrógeno que asegura el normal comportamiento de la vegetación. Y esto supone que algunas especies están volviéndose más vulnerables ante determinadas plagas. Otro preocupante dato: algunas especies animales ya están registrando mutaciones para adaptarse al calentamiento. Es el caso de la pulga de agua, que habría experimentado cambios genéticos en las últimas décadas para tolerar aguas más cálidas. De momento, la biología no entra a valorar la bondad o maldad de estos cambios, como exige el rigor científico. En unos casos parece que los efectos están resultando negativos, en otros pueden resultar positivos; por ejemplo, el hecho de que haya más cobertura vegetal. Los próximos años van a ser decisivos para la comprobación, no sólo de los modelos de cambio climático sino también de los efectos biogeográficos del calentamiento térmico planetario. Esto último es lo que a mí más me preocupa.