Mariano Rajoy podría encuadrarse con esos entrenadores que no cambian una alineación salvo derrota sonada, lesión o sanción de los fijos. Por eso ha alineado un Gobierno para continuar con el sistema de juego que le ha permitido salvar los muebles y hasta conservar casa en Moncloa; a no ser que la izquierda cautiva y desarmada se ponga en el sitio que nunca debió abandonar o que las víctimas de tanto ajuste digan basta, apaguen la tele y llenen las calles.

Como no hay indicios de que vaya a suceder así, nos tememos que uno de los primeros ataques va a ser contra las vilipendiadas pensiones públicas. Esas modestas pagas que la gente mayor, tras una vida trabajando duro, venía recibiendo como recompensa por su esfuerzo y aportación a la riqueza nacional. Y es que la vejez, desde los tuareg a los sioux, ha merecido respeto, admiración y cuidados de su entorno social.

Hoy esa preocupación por los mayores está en franco retroceso en el mundo desarrollado, donde se gasta más en aparentar una eterna juventud que en proporcionar una vida digna a quienes procuraron dejarnos un mundo mejor. Ejemplares del llamado homo sapiens hay incluso que dicen sin rubor que los viejos se obstinan en seguir vivos demasiados años después de jubilarse. Vamos, que no producen nada que se pueda vender, ocasionan muchos gastos y hasta son lentos para cruzar el semáforo.

Los últimos gobiernos ya han propinado varias dentelladas al sagrado derecho a una pensión decente. Sin embargo, aseguran, el actual sistema de pensiones es insostenible y, lógicamente, hay que volver a recortar. Como nos consideran seres inferiores, sin su elitista formación, utilizan el símil de la infantil hucha para que les entendamos. La hucha del simpático cerdito se vacía y ellos, valedores de nuestro bienestar, no encuentran otra solución que recortar ese gasto; no el de Defensa, la Casa Real o sus propios y abultados salarios, por ejemplo.

Tampoco se les ocurre devolver a la hucha lo que se ha sacado para otros gastos, ni aumentar las cotizaciones de las empresas con grandes beneficios, ni implantar unos salarios europeos que generarían más cotizaciones, ni perseguir eficazmente el fraude fiscal y las horas extras sin declarar (ni cotizar) y otras muchas medidas que no añadimos porque sabemos que ellos las conocen.

Desde hace años circula un Decálogo de la manipulación mediática, atribuido al lingüista y filósofo Noam Chomsky, seguramente el más importante de los pensadores contemporáneos, que sin duda se está aplicando en nuestro país. Según dichas normas del engaño colectivo, para convencer a la población de que debe aceptar sacrificios hay que decirle que es por su bien, que así se le asegura el futuro y amenazarle con medidas peores que las que se piensa aplicar; así luego esa derrota parecerá una pequeña victoria. En definitiva: estamos ante un meticuloso plan para quitarnos el derecho a las pensiones públicas, cuyo importe ya hemos pagado durante nuestra vida laboral. Y ese derecho hay que defenderlo y mejorarlo.