Las sociedades, en su diversidad, han valorado de diferente manera a los ancianos. Hoy en día, en ciertas comunidades, apenas sobrevive el ancestral respeto a los mayores, encontrándose en periodo de irreversible extinción los buenos modos y principios de admiración hacia ascendientes y veteranos. La sociedad está intoxicada por la rapidez y acalla consejos de quienes otrora salvaron circunstancias similares.

Ingentes son los conocimientos de quienes han cumplido sesenta, setenta, ochenta y más años, personas que en su trasegar vital han conseguido señorío irrefutable. Mayores con la indescriptible cualidad de compartir cuanto descubrieron y que lo hacen siendo magníficos relatadores. Juan Monsell (Museo del Cine, Valencia), sentado frente a la pantalla instalada en l´EMAT durante el evento inaugural de la exposición y presentación del libro "Una historia del cinema a Torrent", reunió en derredor a cinéfilos y público que embelesados por la cascada de datos viajaron a través del ayer, de la cultura valenciana, del anecdotario social y de los sucesos históricos. Con el empaque que le han dado los años, el octogenario primo del popular Joaquín Prat, engarzó otros tiempos a efemérides de actualidad. Que fácil es quedar prendado por la elocuencia cuando la narrativa corre a cargo de personas de vida intensa, de eruditos, de apasionados del momento que no se aferran al desmayo. Tal como apunta la inscripción en memoria del intérprete de la lógica matemática, premio Nobel de Literatura, filósofo y activista social Bertrand Russell colocada en la capilla del Trinity College, de la Universidad de Cambridge; tras su fallecimiento a la edad de noventa y ocho años: "Abrumado por la amargura humana, en edad avanzada, pero con el entusiasmo de un joven, se dedicó enteramente a la preservación de la paz entre las naciones".

Compartir la vejez de los seres queridos engrandece, sosiega aun ante la pena de la decrepitud. Descendientes, amigos y compañeros comprueban como el inexorable paso del tiempo se refleja en la piel a la par que la senilidad conquista terreno en el organismo; entonces, viviendo en común ese tiempo, es cuando se espabilan los valores verdaderos. Saber vivir cuesta una vida entera y es tremenda estupidez desaprovechar la fuente de conocimiento que poseen los mayores. Compasión, amor, deber, cariño o interés materialista son algunas de las motivaciones que mantienen cercanas a las generaciones de distinta franja temporal, pero a este listado cabe apuntar el afán de ilustración ya que, el poder lo obtiene quien posee la información y esta, en mayor grado, se encuentra en manos de quien ya recorrió el camino. En el plano científico, desde que las moléculas más suficientes consiguieron formarnos, modificándose una vez tras otra, los seres absorben informaciones precedentes a fin de adaptarse, mutarse, replicarse; "moléculas que evolucionan mediante la selección natural, capaces de transformar cuanto les rodeaba", tal como apunta Carl Sagan. Esto ratifica que, a través del tiempo, el desarrollo avanza gracias a la asimilación de datos heredados.

"Desde principio del siglo XX, la duración media de la vida ha aumentado, aproximadamente, en seis meses cada año", atestigua el suizo cademario Doctor Karl Suter en una de sus obras, donde considera tal hecho, el del aumento de tiempo vital, como riqueza en contraposición a frías estadísticas basadas en disfrazados intereses que culpabilizan a los ancianos, directa o indirectamente, de cualquier contingencia socioeconómica. Superados los tiempos en los que griegos y otras culturas notables, por término medio, morían al cumplir la treintena; gracias a la mayor longevidad, estamos ante la posibilidad de amasar una ingente cantidad de datos personalizados que, prestándoles el suficiente interés, alertarían a la humanidad de trágicas sorpresas. Mayores valiosos superan su edad cronológica con magnificencia gracias a una afable edad biológica obtenida gracias al buen género de vida que han llevado, el temperamento, la profesión y el medio. Suter no duda en culpar al entorno, el trabajo y las carencias como causantes de castigar dicha edad biológica mermando su resistencia.

Entre las noticias candentes es de obligada mención la muerte de una octogenaria de Reus ocasionada por la pobreza energética. ¡Pobreza energética! ¿Ya se ha acuñado un término para tal desolación? Pobreza energética. Sin duda el idioma viaja más rápido que las soluciones. Pobreza energética. ¿Cómo se cura? ¿Qué clase de virus es? ¿Existe una vacuna? "Cuanto peor lo pasan los ciudadanos más necesitados, mejor les va a las compañías encargadas de dar un servicio básico", comentó el periodista pontevedrés Manuel Jabois en la radio.

"Expresiones como la de envejecimiento de la población, ejerce un efecto psicológico directamente perturbador". Son tales mensajes derrotistas los que mellan la entereza de mayores que, en su primera vejez, hasta los setenta años, descubren como quienes les rodean ya no se plantean el compartir lo que hay de provechoso en sus existencias y planifican, de forma soterrada, desconectarse de ellos y ellas.

Existen mujeres y hombres enraizados en la tierra de su aldea natal; ancianos y ancianas que de forma espartana viven en solitario crudos inviernos como fieles guardianes de la naturaleza con la que saben comunicarse. Aumenta el número de mayores rebeldes a la atrofia por inactividad; bailan, nadan, pasean, escriben, pintan, actúan en representaciones tradicionales de clásicos como Don Juan Tenorio de Zorrilla (Ateneo Literario Blasco Ibañez). Colectivos de infatigables amantes de la vida, millonarios en vivencias que apuntalan el mástil de hogares en exclusión. Mayores que no cejan en dar apoyo, empuje y cobijo. Mayores que, por el camino, tuvieron que desprenderse de ilusiones y no dudan, en la senectud, en insuflar esperanzas. Abuelos y abuelas piadosos que comparten lo poco que poseen."Si tuviera que vivir de nuevo mi vida, me impondría la obligación de leer algo de poesía y escuchar música una vez a la semana por lo menos. La pérdida de estas aficiones supone una merma de felicidad y puede ser perjudicial para el intelecto, y más probablemente para el carácter moral, pues debilita el lado emotivo de nuestra naturaleza". (Charles Darwin).