Como estábamos cansados de mucho caminar, y no teníamos seguridad de conectar a tiempo con las líneas del metro, llegamos muy pronto al aeropuerto y nos desplomamos en los sillones de la solitaria terminal de salida de nuestro vuelo. Más tarde, ya con bastantes viajeros en la sala de espera se nos acercó un hombre preguntándonos si habíamos sido nosotros los que habíamos solicitado, como él, una silla de ruedas para acceder al avión en cuanto dieran la señal de embarcar.

Estaba muy sordo y contestarle a sus preguntas obligaba casi a gritarle en los oídos; sin embargo comenzamos, no sé cómo, una conversación que iba a durar varias horas ya que coincidíamos en vuelos y enlace desde Nueva York hasta Valencia con cuatro horas de espera en el aeropuerto de Madrid. Tenía ochenta y dos años y llevaba viviendo en USA desde los años ochenta del siglo pasado. Llegó allí buscándose la vida desde una Valencia (Burjassot) en donde nunca había tenido un buen empleo ya que su padre que había sufrido varios años de cárcel tras la guerra civil, tenía muy mal carácter, y siempre lo había tenido trabajando para él como aprendiz, sin cotizaciones ni previsiones de futuro, por lo que actualmente no tenía ningún derecho pasivo desde España. Pero "América era una tierra de oportunidades..." Llegó aquí con las manos vacías y ahora viajaba a Valencia, otra vez, a celebrar su cumpleaños con sus hermanos; tenía motivos para estar satisfecho de su vida y así la contaba a un par de desconocidos. Sus tres hijos habían estudiado en España: el mayor, geriatra, ejercía dirigiendo una clínica en los alrededores de NY, el segundo era catedrático de una universidad americana y su hija, economista y casada con un español directivo de una importante y famosa entidad financiera internacional trabajaba y vivía en Londres como una reina. De hecho nos mostró su foto pilotando su último automóvil RoLls Royce.

"Cuando llegué solo tenía un contacto con un asturiano que solamente me ayudó dándome un tique de transporte urbano y un diario en español con ofertas de trabajo; el primero que tuve fue de planchador en una lavandería en donde dos bolivianas muy pequeñas cantaban: ..enséñame a querer€ a las que yo pedía€enséñame a planchar, porque me pagaban a destajo las piezas que repasaba. El segundo empleo lo conseguí yo solo porque vi en la caja de un camión la dirección de una empresa de construcción y reparación de obras, que era lo que yo había venido haciendo en la empresa familiar. Era un empresario judío con el que estuve trabajando varios años. De hecho a través del mismo se me solucionó el problema de la residencia cuando estaba a punto de caducarme el visado gracias a su amistad con un senador"

Como muchos otros españoles de la postguerra, Paco, así se llama nuestro ya amigo, no tuvo más oportunidades que la de ser un sobreviviente de sus circunstancias familiares. Seguramente sin embargo, como también muchos jóvenes de postguerra, hizo algo más que sobrevivir y mostró coraje para superarse. En sesiones nocturnas, después del trabajo, asistió durante varios años a clases de dibujo técnico y artístico a la escuela de San Carlos, en Valencia. Hizo un servicio militar largo e inútil, también como la mayoría de los jóvenes de entonces. En contra de la voluntad de su padre que necesitaba de su asistencia laboral marchó a París pensando en ganarse mejor la vida, pero volvió a Burjassot con las manos vacías para poco tiempo después, casado, y sin expectativas en España de aspirar a alcanzar alguno de sus sueños, se marchó a Nueva York sin saber idiomas a vivir en sus carnes lo que iba a ser su gran aventura americana.

"Había aprendido a dibujar bastante bien y eso me fue muy útil en los trabajos que hacíamos en la empresa. A veces yo copiaba las cenefas de los edificios públicos que había visitado y las reproducía en las mansiones en las que se nos encargaban trabajos de restauración. Reparábamos de todo, casas en media ruina en donde tapábamos grietas cubriéndolas con lienzos que disimulaban las irregularidades y cambiaban el aspecto. Me habían enseñado a empapelar, que entonces estaba muy de moda; yo había pedido a un amigo que me enseñara a empapelar bien y con eso mi trabajo se valoraba mucho. Pintaba, restauraba y emprendía los trabajos que le encargaban a mi patrono.€ Hasta que un día, el hijo de mi jefe que había estudiado ingeniería decidió marcharse a California y toda la familia se trasladó con él. El empresario judío me cedió generosamente la empresa con toda su cartera de clientes; fue mi oportunidad para empezar un modo de vida que no había previsto. Uno de las anécdotas más emocionantes al verme como nuevo empresario (desde entonces he tenido ayudantes, muchos iberoamericanos que conocen bien sus oficios) fue la que se produjo cuando una señora muy rica me encargó la restauración de una casa señorial, casi un palacete en Manhattan. Me adelantaba sin rechistar lo que cada poco tiempo le pedía para gastos. Tenía artesonados dorados que yo había aprendido a restaurar con pan de oro, los mismos materiales que se utilizan en la restauración de cenefas, marcos y cornucopias. Estaba hecho un lio cuando tuve que pasarle la factura final ¿Cuánto podría cobrarle?. Me decidí, con mucho miedo, a pasarle una factura de 12 mil dólares y me quedé de piedra cuando la señora me dijo -it´s very cheap- y me pagó 15 mil".

Su fe en el sistema americano se basa en su propia experiencia: aprovechar las oportunidades que siempre se presentan. Compró hace treinta años, a base de hipotecas y de ser buen pagador, una casa por 60 mil dólares que recientemente vendió por un millón. "Cuando compras una casa a algunas personas, siendo un comprador modesto, te arriesgas a que, no pudiendo afrontar la hipoteca, la propiedad revierta al vendedor. Nunca me ha pasado porque siempre he acortado los plazos de amortización. He sido un comprador seguro" "Ahora vivo en una casa victoriana que fue construida en 1895 y que yo mismo he reconstruido a partir de casi una ruina. Está frente al rio Hudson sin nada por delante. Veo a Manhattan todos los días como si fuera una postal. En realidad tiene cuatro viviendas (con más de mil metros cuadrados construidos en total) y mi mujer y yo nos hemos reservado la parte más importante para poder alquilar los tres apartamentos. Resulta muy caro de mantener una casa así en Estados Unidos. Hace frio y la calefacción es cara; además los impuestos ascienden a casi 20 mil dólares al año".

"No me ocupo de las cosas de política. Yo soy del partido republicano y siempre estoy recibiendo información y pidiéndome dinero, pero yo no les doy nada. Mi mujer es del partido demócrata. Ella es quien se ocupa de cobrar los alquileres.. Bueno no siempre. Uno de los apartamentos segregados de nuestra casa, de los que cobramos 2500 dólares al mes, está alquilado a un ruso muy buena persona que parece tener dificultades con la visa y hace algunos meses que no paga, pero a mi mujer le da pena€ No, no tengo internet, es mi esposa la que sabe de todo eso."

Paco, en su casa de Nueva York (realmente en Wehaken, en la otra orilla del rio Hudson) habla siempre en valenciano con su mujer y también habló así con nosotros de vuelo en vuelo. Sus hijos, naturalmente, lo hablarían si les fuera necesario pero sus nietos, ya adultos y americanos apenas comprenden algunas palabras. Cuando nos despedimos en el aeropuerto de Manises nos dimos un abrazo, como si fuéramos viejos amigos y a mi mujer la besó dos veces (seguramente se le había olvidado la primera). Quedamos en enviarnos una postal; él nos invitó a pasar unos días a su casa si volvíamos a Nueva York. Nosotros nos quedamos con una sensación de tristeza al despedirnos como si perdiéramos una oportunidad de seguir conociendo más cosas de un personaje tan interesante al que estuvimos escuchando con gran interés pero al que apenas habíamos hablado porque su sordera aun se aumentó cuando se le gastaron las pilas del sonotone. En Manises, después de recoger las maletas, vimos desde lejos que le estaban esperando siete personas de todas las edades.