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La marca Trump

El influyente "The Wall Street Journal" dio un consejo este sábado al presidente electo de EE UU, aún admitiendo que seguirlo sería "doloroso y costoso" para Trump: que venda su emporio y coloque el dinero en un fondo fiduciario ciego sobre el que ni él ni su familia estén informados. De lo contrario, advertía, cada paso del presidente, a quien la ley ampara en mantener sus posesiones, le pondrá en la diana por el beneficio económico que le reportará. Obviamente, vender no es intención de Trump, quien ya ha anunciado que traspasará la gestión de su imperio a sus tres hijos mayores mientras él engrandece EE UU. Los contornos de ese imperio sólo se adivinan. Trump cifra su fortuna en 10.000 millones, aunque los especialistas la reducen a 3.500. Su declaración de intereses recoge 500 empresas de decenas de sectores implantadas en decenas de países. Su declaración de la renta es desconocida, pues se negó a hacerla pública en campaña. Con todo, no es el tamaño lo que aquí importa sino las ramificaciones. Un ejemplo. Si Trump acomete la desregularización financiera, se beneficiarán bancos de los que es accionista. También el Deutsche Bank, su principal prestamista, que, por otra parte, negocia con Washington para evitar una multimillonaria multa por las hipotecas basura. De igual modo, un gesto amistoso hacia Turquía será beneficioso para el conglomerado. ¿Hacia la India? Igual. ¿Hacia Indonesia? Claro. Trasladar la gestión a los hijos no resuelve el problema. No ya porque estén en el equipo de transición y acaricien ser asesores de la Casa Blanca, sino porque Trump es ante todo una marca y ellos la llevan grabada en oro. Así pues, el asunto es grave y tal vez irresoluble. El único, triste, consuelo es que el enorme potencial desestabilizador de Trump en el inestable mundo actual lo convierte casi en una nimiedad. Derivada, eso sí, del punto de involución alcanzado por el neoliberalismo, que con Trump hace carne uno sus sueños dorados: sustituir políticos por empresarios. Pero esa ya es otra historia.

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