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Culpabilidad y neurociencia

Cuando un delincuente comparece ante la justicia, una vez comprobados los hechos del delito, el juez debe preguntarse si se debe considerar culpable o no a dicha persona. La duda se plantea si cabe considerar que el delincuente es o no libremente responsable de sus actos. En general, si no se tienen evidencias de problemas biológicos se le considerará responsable. Sin embargo, algo parece indicar que esta forma de actuar no es completamente correcta ya que la determinación de estos problemas biológicos depende de los avances científicos en el conocimiento del cerebro.

Desde el punto de vista de la neurociencia, en la mayoría de los casos se puede hablar de predisposición o de tendencia hacia la delincuencia, pero no de determinismo. Esto significa que generalmente el cerebro de las personas "peligrosas" reacciona de forma distinta al de las personas "normales" ante el sufrimiento ajeno, pero eso no hace que aquellas estén obligadas a tener comportamientos delictivos.

El conocer mejor las patologías del cerebro que generen comportamientos delictivos no debe suponer que los delincuentes deban estar libres en la calle, pues su peligrosidad social lo debe impedir. Otra cosa es que tal conocimiento permita no tratar como culpables a quienes no lo son realmente, sino que son víctimas de problemas no controlables. Hay casos documentados de personas socialmente normales que de pronto han cometido asesinatos sin justificación aparente, habiéndose descubierto posteriormente que determinadas lesiones cerebrales, tales como las generadas por tumores, alteraron su funcionamiento provocando los comportamientos delictivos.

Los avances registrados sobre el funcionamiento del cerebro durante aproximadamente la última década pueden ayudar a discernir en determinadas situaciones si un delincuente es responsable, es decir si actúa libremente, o si no lo es. Pero estos avances, siendo muy importantes, actualmente solo permiten arañar cuestiones que hasta hace poco eran de dominio exclusivo de filósofos y psicólogos y que están relacionadas con cómo tomamos decisiones y si somos realmente libres (David Eagleman, Incógnito. Las vidas secretas del cerebro, Anagrama, 2013). Se precisa un mayor conocimiento del que ahora se tiene sobre el funcionamiento del cerebro para poder discernir claramente cuando los comportamientos antisociales graves son causados por factores no controlables (patologías o enfermedades) o cuando son determinados libremente por el sujeto.

Los psicólogos Angela Scarpa y Adrian Raine midieron las diferencias que hay en la función cerebral entre personas con trastorno de personalidad antisocial, caracterizado por una total indiferencia a los sentimientos y derechos de los demás, el cual es muy frecuente entre los criminales. Descubrieron que la probabilidad de tener un trastorno de personalidad antisocial era mayor si las anomalías cerebrales se unían a experiencias vividas adversas (infancia en entornos violentos, hogares desestructurados, etc.). Es decir, que ni solo la biología ni solo el entorno determinan la personalidad.

El sistema que establece cómo somos es complejo. La ciencia actual no puede aún comprender cómo construir el funcionamiento de la mente a partir de piezas distintas (moléculas, proteínas, neuronas). Por tanto, el enfoque reduccionista que predica tal posibilidad es engañoso debido a la enorme complejidad de interacciones de genes y entorno y porque la mejor forma de describir a las personas no es como un conjunto de piezas. A medida que se avance en la comprensión del cerebro se podrán construir iniciativas sociales que fomenten el buen comportamiento y que frenen el malo. Al ir conociendo mejor las relaciones entre neurociencia y toma de decisiones será más fácil estructurar políticas sociales adecuadas, aprovechado dichos descubrimientos de forma eficaz. Se sabe que los lóbulos frontales del cerebro se desarrollan plenamente cumplida la veintena y se les llama a veces lóbulos de socialización dado que socializarse supone crear unos circuitos que eliminan los más bajos impulsos. El deterioro de estos lóbulos provoca comportamientos insociales como: robar, orinar en público o silbar en medio de una conferencia.

Los recientes avances en la neurociencia cognitiva permiten conocer muchas causas físicas del comportamiento humano. Algunos investigadores sugieren que el conocimiento de tales causas que afectan al mal comportamiento generará cambios en las leyes, a pesar del hecho de que la doctrina legal existente puede, en principio, dar cabida a lo que la neurociencia nos dirá. Según J. Green y J. Cohen, estudiosos del cerebro y del comportamiento de la Universidad de Princeton, los avances en neurociencia probablemente terminen cambiando las leyes mediante la transformación de las intuiciones morales de la gente sobre el libre albedrío y la responsabilidad. Si esto ocurre, sería recomendable un alejamiento del actual sistema legal fundamentado en sanciones en favor de un enfoque más progresivo y basado en entender y asumir que los comportamientos humanos también son derivados de situaciones mentales no controlables por el sujeto.

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