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Las consecuencias del "no hay alternativa"

El próximo año asistiremos seguramente en Francia al lamentable espectáculo de un electorado de izquierda llamado a votar en segunda vuelta al candidato de la derecha. Da igual que se llame Fillon o Juppé: lo único que importa es cerrarle el paso a la dirigente del Frente Nacional, Marine Le Pen, el coco con el que asustan los medios todos los días.

¿No ocurrió algo parecido en Estados Unidos, donde muchos demócratas, pero también republicanos, votaron con la nariz tapada a la candidata del establishment, Hillary Clinton, para impedir que saliera Donald Trump? Y, sin embargo, aunque públicamente se le repudiase, Trump era para el establishment, ya fuera republicano o demócrata, el mal menor comparado con quien más asustaba: el autoproclamado socialista Bernie Sanders.

Pero ¿no es en realidad Trump en buena medida una criatura espuria de los medios y no sólo un producto de las redes sociales? Como señala el economista francés Frédéric Lordon, esos medios llevan años reservando el uso de la palabra únicamente a quienes cantan los beneficios del neoliberalismo, contribuyendo así a su «consolidación ideológica». Y si alguna disidencia finalmente aceptan, es precisamente la que representa la extrema derecha porque en el fondo saben que, por mucho que Trump y otros como él truenen contra el sistema, con ellos no va a peligrar finalmente.

Para Lordon, la llamada postpolítica, de la que tanto hablan ahora todos los medios, no es más que «un fantasma». Se trata del «profundo deseo del sistema integrado de la política gubernamental y de los medios de declarar periclitado el tiempo de las ideologías, de la posibilidad de elegir».

Se busca así «acabar con todas esas absurdas discusiones que ignoran la realidad, de la que se nos pide que entendamos que no va a cambiar» porque el mundo es como es y no hay interpretación posible. Pero, continúa con ironía Lordon, un pensador muy influido por la filosofía spinozista, «para su desgracia [del sistema] el pueblo, obtuso como es, piensa que sí hay materia de discusión».

Cuando «todas las instituciones de la ´postpolítica´ se niegan a reconocer ese elemental anhelo de política, el pueblo está dispuesto a aferrarse a lo que sea, con tal de que sea distinto de lo que hay». Al periodismo de la postpolítica, es decir del fin de las ideologías, sólo le queda entonces una posibilidad de repliegue: reconocer que hay una diferencia, pero que ésta le da tanto miedo al sistema que todo le resulta preferible. Y se trata entonces de combatir sin piedad esa «diferencia», admitiendo en cambio como única posibilidad exterior al sistema «la política innombrable de la extrema derecha».

Es lo que explica que en Estados Unidos la dirección del Partido Demócrata decidiera acabar con Sanders o lo que el establishment laborista intentó hacer con Jeremy Corbyn en el Reino Unido. O también que en Francia el dirigente del Partido de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon, se vea diariamente arrastrado por el lodo. Todo, incluso una presidenta Marine Le Pen, es preferible a que pueda triunfar un día cualquiera de esas opciones.

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