Dos de mis últimas adquisiciones bibliográficas están resecas: «Arenas de Arabia», de Wilfred Thesiger y «El hombre y la biología zonas áridas», de J.L. Cloudsley-Thompson. De aridez va la cosa. Uno de las características más llamativas de estas zonas áridas es su elevada amplitud térmica diaria, la diferencia entre las temperaturas, máxima y mínima, a lo largo de 24 horas. El más importante de los gases de invernadero es el vapor de agua. Supone el 4 % del volumen atmosférico. El maltratado CO2 es apenas el 0´04. En los desiertos donde el vapor de agua disminuye los valores térmicos se extreman. No hay nubes que impidan el calentamiento diurno o detengan la irradiación nocturna. De este modo, al calor sofocante bajo el sol pueden seguir valores por debajo de 0 ºC. Pero las variaciones extremas pueden asociarse también con el frío y no sólo con las sofocantes temperaturas. Los desiertos también pueden ser gélidos. El libro Guinness de los Récords localiza la mayor amplitud térmica jamás registrada en un mismo día en Browning, Montana. A 870 kilómetros del Pacífico y con las cordilleras de las Rocosas y de las Cascadas de por medio, no se caracteriza por un clima suave. Entre el 23 y el 24 de enero de 1916 las temperaturas oscilaron 56 ºC, desde los 7 ºC de máxima a los -49 ºC de mínima. Si nos vamos a valores medios, obtenidos de la Climate Research Unit, la máxima oscilación es de 21,07 ºC. Aquellos puntos de la malla por encima de 20 ºC, quedan localizados en una diagonal entre San Luis de Potosí, Méjico y el Gila National Forest, en Nuevo Méjico, USA. Si bajamos el umbral a los 15 ºC, prácticamente todos las regiones áridas quedan representadas, especialmente la diagonal que se extiende desde el Sahara al Gobi asiático. Territorios extremos, pero apasionantes.