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Matías Vallés

Castro decide morirse

La valoración más ecuánime de Castro fue emitida por Norman Mailer. «Hay que convivir con lo peor de él, pero fue heroico en su vida». Mantuvo el pugilato desde el poder con una docena de presidentes norteamericanos, la elección de Trump agotó sus defensas. No muere por las críticas feroces, ni por las imputaciones recibidas. Fallece por los 90, tenía edad de futbolista cuando reconquistó Cuba para la Guerra Fría. No habrá un Rafael Hernando que llame «hienas» a quienes se regocijan desde Florida por la extinción del dictador. Admitamos que es más sencillo encasquetarle la etiqueta tiránica a Sadam que a Fidel.

La Unión Europea criticaba a Cuba con su nombre por atropellar derechos humanos, pero omitía piadosamente la citación de Israel al condenar los sucesos de Gaza. En Castro todo fue asimétrico. El PP tenía que sofocar el ímpetu vociferante de sus anticastristas, porque los empresarios fundamentalmente hoteleros que pagaban las campañas populares hacían negocios al cincuenta por ciento con Cubanacan.

A la hora en que Castro decide morirse, porque se le hacía cuesta arriba la mínima imposición, cabe recordar que pudo acabar en líder liberal. Estaba fascinado por EEUU vía béisbol, la orfandad lo condenó a la grisura de Moscú. Fue víctima de Afganistán mucho antes del 11S, porque la invasión soviética del país asiático conllevaba la ruina del patrocinio soviético.

Es más sencillo hablar de Castro sin haberlo sufrido, pero esta cautela sirve también de reproche a Juan Pablo II, a Fraga, a Aznar y a quienes sucumbieron a su desmesurado poder de seducción. Gracias a Oliver Stone disponemos de un documento de valor incalculable, sobre el influjo que ejercía en quienes no fueron sus súbditos. Para ingresar a Cuba en la normalidad global, fue necesario el primer presidente estadounidense que no había nacido cuando Fidel entró en La Habana. La doctrina Obama consiste en contemplar el planeta sin ideas preconcebidas, desde un aparente candor.

La línea Maginot del castrismo se erigió mediante el discurso de los intelectuales que vieron en Fidel a un redentor. Carlos Fuentes llegó a La Habana para contemplar el desfile triunfal de los revolucionarios en el cambio de año. Por entonces, Castro carecía de autonomía, y a cada paso miraba atrás y decía «¿voy bien, Camilo?», pidiendo la venia a su compañero Camilo Cienfuegos. El destino provocador y provocado le liberaría de la competencia interna, con el Che ejemplo proverbial.

Desertaron Vargas Llosa y Fuentes, Cortázar pedía explicaciones por la persecución de homosexuales. García Márquez se mantuvo firme en el castrismo, siempre encontraba una comparación favorable para su Fidel. En efecto, si Castro fue verdugo, ¿qué nombre le cuadra a Bush en Irak? (Este artículo se ha escrito tras la muerte de Castro, salvo la frase de Mailer. No será el caso de la mayoría de piezas que lea usted hoy).

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