Nunca es buen momento para morirse, pero hacerlo de modo súbito, en la soledad de la habitación de un hotel „aunque sea de cinco estrellas„ poco antes de que amanezca un día gris, lluvioso y lejos del hogar, debe ser tan patético como doloroso es que acuda a la mente en el último hálito de vida, la premonición de que los mismos compañeros que te vendieron por treinta monedas de desprecio, respiren de pronto aliviados, culpen a los periodistas de tu muerte, digan que te expulsaron del partido solo por protegerte y tras tu tránsito al presunto más allá, te conviertan en una santa con la fingida compunción y el alivio que les produce tu definitiva ausencia.

Desconozco el historial clínico de Rita Barberá, pero es incuestionable que, además de los hipotéticos factores de riesgo cardiovasculares que pudiera tener, estaba sometida a un intenso estrés agravado por la humillación de que sus compañeros y amigos del alma la conminaran a abandonar el partido en el que militaba „su partido„ y a renunciar a su escaño en el Senado, forzándola a autoexiliarse en el grupo mixto.

Apenas difundida la noticia del fallecimiento de la senadora Barberá, se politizó la muerte de quien fuera un auténtico animal político que, de la noche a la mañana, dejó de ser un referente icónico para convertirse en objeto de linchamiento, cacería y persecución por parte de su propio partido. Recordemos que el mismo Mariano Rajoy, que el día de su muerte se mostraba apenado y casi lacrimoso, no hace mucho la ninguneaba con la excusa de que ella «ya no es del PP», un desprecio no tan explícito como el de Javier Maroto cuando dijo que «Rita Barberá no tiene dignidad».

Sin embargo, la praxis política es tan hipócritamente farisaica que los mismos que condenaron a Rita Barberá en su última etapa, cambian ahora de registro y culpabilizan a los medios y a las redes sociales de su muerte. Es como si de pronto, el PP se rasgaran las vestiduras adhiriéndose a hipócritas homenajes a una mujer que fue consciente de las criticas de sus adversarios, pero tal vez nunca se esperaba la traición de los suyos, a muchos de los cuales les aliviará que Rita se haya llevado a la tumba lo que calló por no tirar de la manta. Cuántos hipócritas lloran hoy lágrimas de cocodrilo, mientras destilan por sus comisuras babas lenitivas fruto del consuelo que les supone saber que esta mujer „a la que es posible que canonicen„ ha dejado de ser un peligro.

Como colofón, dejo constancia de que la elegancia y la calidad humana se demuestra, entre otras muchas cosas, respetando la memoria de los muertos, incluso la de aquellos que en vida no fueron lo suficientemente dignos a los ojos de todos, algo que no tuvieron en cuenta quienes se negaron a guardar un minuto de silencio por Rita Barberá y sí que lo hicieron por el etarra Periko Solabarría, fundador de Herri Batasuna, en la asamblea que Podemos celebró en Barakaldo en julio de 2015.