Ya falta poco. Las bases de la normativa actual para la protección y regulación de lo que entendemos como patrimonio cultural inmaterial, se aprobaron en la Convención de la Unesco celebrada en París el 17 de octubre del 2003. En el segundo punto, relativo a su definición, se concretaba: «Se entiende por "patrimonio cultural inmaterial" los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas „junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes„ que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural» insistiendo en que deberá ser «compatible con los instrumentos internacionales de derechos humanos existentes y con los imperativos de respeto mutuo entre comunidades, grupos e individuos y de desarrollo sostenible». Qué duda cabe de que aquella convención supuso un cambio cualitativo en la protección de unos bienes muy sensibles ante la llegada de valores dominantes y de objetivos ajenos a su propio origen. Además, en aquel documento se definieron criterios fundamentales, como los «ámbitos» culturales a los que esos conceptos eran aplicables, o la definición de «salvaguardia»; creándose los oportunos órganos instrumentales: la asamblea general o el comité intergubernamental, el cual, en su apartado g establece su capacidad para determinar los bienes incluibles en la lista representativa del patrimonio inmaterial de la humanidad (artículo 16), con el objetivo de darlos a conocer, tomar conciencia de su importancia, y propiciar el diálogo; pudiendo incorporar en ella a aquellos que requieran „por su fragilidad„ una intervención urgente.

Aunque en su conjunto fue un largo acuerdo que incorporaba medidas excelentes que asociaban las formas de asistencia internacional, la administración de recursos, y las contribuciones de los estados miembros, desde entonces han seguido desapareciendo para siempre, ritos y tradiciones asentadas durante siglos en el tercer mundo. Y el expolio, además, de numerosos objetos totémicos y religiosos, para ser reubicados en colecciones occidentales que desconocerán su significado antropológico para explicar el Universo.

En medio de esas imparables consecuencias se acrecienta, tanto en Occidente como en las emergentes culturas orientales, la oportunidad de proteger y distinguir a una parte de sus usos y costumbres para que sean considerados por la comunidad internacional como destacados patrimonios de la humanidad. Una vez lanzada esa loable posibilidad, se transforma en una competición, habida cuenta del selectivo número de nominaciones anuales; y ésta comienza por conseguir la candidatura nacional, que no depende sólo de la idoneidad, sino del empuje de lo presentado por otras comunidades menos favorecidas en su cómputo general de reconocimientos.

el próximo 2 de diciembre en el seno del Comité Intergubernamental que se celebra en Adis Abeba, no debemos dejar a un lado el trabajo previo acometido por los historiadores y técnicos, y el de aquellos responsables del patrimonio valenciano, valedores de la propuesta en el ámbito nacional.

En 2005 tuve la oportunidad de defender la candidatura del Tribunal de las Aguas en el seno del Consejo Nacional de Patrimonio y alcanzarlo no fue nada fácil porque había distintas propuestas regionales que nos precedían, todas ellas bien compuestas y sumamente respetables. El hecho de que el Misteri d´Elx fuese desde 2001 Obra maestra del patrimonio oral e inmaterial nos obligaba a aguardar un turno prolongado, pero vislumbramos una posibilidad que nos resultó favorable: hacer una propuesta conjunta con el Tribunal de Hombres Buenos de Murcia, región huérfana en estos reconocimientos. Así, nos pudimos anticipar y adelantar casi diez años.

Aunque debemos estar ilusionados y muy esperanzados por lo que debe ocurrir en la resolución final, no debemos olvidar que la Unesco está muy preocupada por la cultura del tercer mundo „mucho más frágil„ que, si en ocasiones no progresa en sus opciones para ingresar en la lista suele ser o por carecer de dinero y de expertos para presentar un estudio en condiciones, o de medios para comprometerse a mantener estable a largo plazo el compromiso adquirido. Lo que puede significar „a pesar de las enormes posibilidades y méritos de las Fallas„ que si en suficientes casos han conseguido superar ambos errores, hoy no podamos descartar tajantemente una sorpresa, y cómo no, también prepararnos para ello. Mis credenciales para el optimismo: haber alcanzado el Bunyol d´argent como fallero de a pie durante nueve años.