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No suban el volumen

Escucho a veces música a través del teléfono móvil. La calidad no es buena, pero es lo que hay. A veces, mientras escucho, observo la pequeña rendija por la que sale la voz del cantante, junto al sonido de los distintos instrumentos, y me viene a la cabeza la imagen de un grupo de personas apelotonadas en la puerta de un cine, huyendo de un incendio. La angustia genera un tapón difícil de deshacer, un tapón en el que no se diferencian los hombres de las mujeres, lo niños de los adultos ni los jóvenes de los ancianos. Todo deviene en una pasta homogénea en la que resulta imposible distinguir tales matices. Aunque el más fuerte, por razones obvias, es el que más pisotea.

Piensa uno que cuando dieciocho sonidos diferentes pugnan por salir de un altavoz minúsculo, sucede algo parecido. ¿Cómo distinguir con claridad un violín de una guitarra o una trompeta de un clarinete? ¿Cómo diferenciar, en la voz del cantante, las vocales de las consonantes y aprehender por tanto el sentido de lo que dice? Significa que la calidad del sonido, en los soportes en los que habitualmente los escuchamos, es mala porque, como en el caso de los que huyen de un incendio, todo sale empastado, al modo de una especie de engrudo. ¿Cómo se resuelve ese problema? Subiendo el volumen. El mundo está ahora mismo lleno de gente convencida de que las cosas se resuelven subiendo el volumen. Ayer mismo, en el metro, un adolescente iba escuchando música a través de unos cascos de cuyo interior salía un ruido que podíamos escuchar los que estábamos a su alrededor. Porque era ruido, no música. Tal vez el futuro de la música pase por el ruido. Hay gente partidaria de bajar el volumen, para dar una oportunidad a los matices, pero creo que tiene poco éxito.

Esto que ocurre en la música es la metáfora perfecta de lo que ocurre en la vida. Enciendes la tele para ver una tertulia política, esperando escuchar ideas que nadie, finalmente, produce. A falta de ideas, los tertulianos se dicen: hagamos ruido. Y se ponen a chillar y a chillarse como locos, como si sus voces huyeran de un incendio y se quedaran atrapadas en la puerta, formando una masa en la que resulta imposible distinguir un pensamiento. Por favor, no suban ustedes el volumen, que suenan peor.

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