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La tabarra coquinaria

Los comentarios de cocina, si no se enredan en la plasta de la pedantería, son muy provechosos pues, a diferencia de la política, el fútbol o los toros, que son pasiones electivas, todo el mundo come y es inevitable que te gusten unas cosas más que otras. Pero de una ocupación ineludible „la cocina„ hemos pasado a un rito global y hasta TVE nos anuncia que las campandas de fin de año serán presentadaa por Anne Igartiburu, que no puede fallar, y, pásmense, los gemelos de la sartén en la plaza que antaño ocupaban Martes y Trece, algún presentador más o menos gracioso o un ejemplar de español con capa como nota de hidalguía, supongo. Un cocinero (o dos) con la cena cotillón ya desplegada, me parece tardío.

¿Es posible librarse de la tabarra coquinaria, de la densa retórica vitivinícola, tan parecida al lenguaje jeroglífico de la crítica de arte, y del kárate a muerte en Masterchef? Lo dudo y tal vez no fuera ni posible ni bueno. Sólo las industrias conexas con el turismo „la gastronomía, la industria agroalimentaria, las verduras de primor, los frutos en sazón, las drogas y el puterío, el vino barato (y a veces, bueno) y la construcción, ora desbocada, ora inhibida„ se nos dan bien (o es lo que han decidido los alemanes y el señor Juncker, que tiene nombre de piloto de bombardero).

Decía un compañero del Diari de Girona „Albert Soler, me parece„ que vivía muy lejos de El celler de Can Roca: a doscientos euros de distancia y, aunque le habían invitado algunas veces, prefirió abstenerse por lo que me pareció cierta forma de pudor. Todo lo que existe como manifestación cultural „y la cocina es la base de todo lo demás: primum vivere„ tiende al barroquismo o a la estilización. La cocina de moda se ha vuelto conceptuosa y pollockiana, con drippings y un sentido de la composición entre lo japonés y lo repostero. Si no le gusta, mire a otro lado. Siempre ha existido la cocina del emperador, de los mandarines, del gran Inca: y da trabajo, mueve dinero y prestigio y anima el comercio. Pero me reservo el derecho de admisión a mi mesa de los que vengan cargados de notas de cata y el Larousse de cocina.

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