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¿Pollo o rata?

Hace ahora poco más de un año, un ciudadano californiano entró en un establecimiento de la multinacional de comida rápida KFC y se llevó el típico menú de la casa, a base de pollo rebozado. Receló de uno de los trozos, cuya silueta asemejaba claramente a una rata, cola incluida. El infeliz cliente no dudó en publicar en Facebook una serie de fotografías, añadiendo su impresión personal: la textura para nada se parecía a la del crujiente pollo. La sensación fue tan horrible que Devorise Dixon confesó no parar de sentir escalofríos por todo el cuerpo desde aquella desagradable experiencia. Indignado, el joven americano regresó al restaurante para pedir explicaciones y aseguró que el encargado le había pedido disculpas tras confirmarle que, en efecto, se trataba de una rata.

¿Se imaginan que Devorise Dixon hubiera sido alguno de ustedes? No lo hagan. No es necesario. Todo fue una farsa. El célebre trozo de pollo existió y su desafortunada silueta, también. Pero aquello fue todo. Alarmados, los responsables de la cadena enviaron el sospechoso producto a un laboratorio independiente, que confirmó que aquello no podía ser otra cosa que un caprichoso fragmento de pollo frito. La noticia generada por el cliente sin escrúpulos se compartió 22.000 veces en pocos días. Todo aquello era mentira. Pero apuesto a que ninguno de ustedes ha logrado reprimir el mismo escalofrío que refirió Dixon al emular la escena. Noticias falsas que tienen efectos reales.

Para encontrar el paradigma de estas informaciones, no es necesario remontarse a la célebre Guerra de los mundos, con la que Orson Welles atemorizó a 12 millones de oyentes, convencidos de que los extraterrestres acababan de visitar nuestro planeta. No lo es, porque ocurre todos los días. No hay más que deslizar el muro de Facebook en la pantalla del móvil. Noticias insólitas, disparates, falsedades. A menudo, casi siempre, hallarán la explicación en el supuesto medio que firma dicha información. No le sonará de nada. No existe. Una realidad tan preocupante que Mark Zuckerberg, el fundador de la red azul, anunciaba hace escasos días siete medidas para neutralizar falacias como estas.

¿Se imaginan que además de falsas, alguien cobrara por publicarlas? No lo hagan. Ya pasa. Todos los días. Uno de esos fabricantes de mentiras más sorprendente es el americano Paul Horner, quien esta semana no se ruborizaba al reconocer haber facturado más de 9.000 euros difamando en las redes sociales la candidatura de Hillary Clinton con sus bulos. Ahora háganse una última pregunta: ¿Y si ese negocio fuera aún más rentable que publicar noticias ciertas? Quédense tranquilos€ de momento. Los medios tradicionales, los que garantizan la verdad y la honestidad de la información, siguen canalizando la parte de la audiencia más importante de la red. Aunque si tenemos en cuenta que Facebook „el vehículo preferido por los fabricantes de bulos„ tiene más de 20 millones de usuarios solo en nuestro país, no debemos descuidarnos. No, porque la noticia sobre la rectificación de la falsa rata de pollo se compartió muchas menos veces que el infundio de Devorise Dixon.

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