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El partido hermafrodita

A ver cuánto tarda Évole en meterle mano a las fallas. Es tanta la devoción que profesa por esta tierra, sus políticos, sus empresarios y sus marcas de referencia que no extrañaría un aterrizaje de su troupe en toda regla para olfatear los entresijos de nuestra fiesta universal. Y a ver quien le tose, con la buena reputación que se le atribuye aquí. Para sus colegas de cadena «la corrupción de Valencia se ve ensombrecida por la declaración de la Unesco» -sic-. Se referían al decreto de las Naciones Unidas que ha convertido la fiesta josefina en patrimonio inmaterial de la humanidad. Sobran comentarios si es que alguien logra descifrar el nudo freudiano que anidan determinados lumbreras. Sobre el acierto de Addis Abeba -que cabe asignar al concejal Fuset por su estajanovismo en esta buena lid pero también a todos los concejales que le han precedido­­- sólo cabe lamentar una cosa: que al entusiasmo y generosidad tipográfica de los medios capitalinos no haya podido sumarse la tele pública que tanto hizo por las Fallas.

Aniversario. En el tercer aniversario de la defunción catódica no hay nadie que no piense ya -incluso los jefes de Paco Telefunken­- que los perpetradores apagaron la televisión autonómica ante la tesitura de tener que ceder el mando a distancia a mayor gloria de la alternancia democrática. Los diputados -con nombres y apellidos- que con su voto pulsaron el off de la pantalla hundieron el submarino como el comandante Ramius de Tom Clancy, que escenificó el naufragio de su Octubre Rojo. Es lo que hacían los capitanes soviéticos para impedir que el enemigo disfrutara de su tecnología de postín. Como el diablo está en los detalles -como dicen los americanos- sólo hay que atender a los hechos posteriores para cerciorarse que el armaggedon audiovisual tuvo orígenes espurios. Hay cierta justicia poética en la historia posterior. Muchos de los actores del PPCV que perpetraron el telecidio purgan sus penas aunque otros conservan el escaño. Por eso es tan complicado para sus señorías de esa formación terciar en el debate sobre la nueva TV. Visto con perspectiva, las disyuntivas planteadas por Alberto Fabra como autor material aún se nos antojan más ridículas por demostrarse maniqueas y falsas: tele o sanidad, tele o colegios€ Llueve y tienen que cerrar el barracón 103. Así vamos.

Autosucesión. Para que nadie se lleve a engaño -por si cabe señalarlo- la manifiesta falta de aptitud de este Consell para reabrir el canal y reinstaurar la normalidad audiovisual no debe ocultar al verdadero telecida. Este gabinete bi-tripartito realmente destila bastantes dudas internas porque se sabe disfrutando de una armonía frágil y perecedera. A un año de las elecciones las tensiones domésticas podrían acrecentarse -un buen anticipo es la crisis del reciclaje (y lo que te rondaré)-, el gobierno cremallera dará síntomas de agotamiento y a ver cómo se gestiona eso si además hay que repartirse la pantalla. Pero, como decimos, ello no debe desviar la atención del observador. El muerto es de quien es.

¿De quién es el muerto? El PPCV había conseguido la alternancia del hermafrodita, se reproducía en sí mismo, se sucedía en propia meta incluso superando mayores traumas fraternales que en una guerra civil. Un sistema ideal hasta que llegó la corrupción y el cierre televisivo y mandaron parar. Hoy este partido autoignífugo va marcando al rival sin demarrar, la demoscopia le acompaña, intentará fallar lo menos posible, mantendrá su pacto de líneas rojas y salvará los muebles. Sin embargo Génova baraja si a tenor de las encuestas que prometen un nuevo amanecer en las autonómicas de 2019 mantendrá el statu quo con Isabel Bonig como cabeza de cartel o se atreverá al audaz lanzamiento de un mirlo blanco. El escenario de malas conciencias tras la muerte de Rita y la reprimenda de Aznar pueden haber alterado el equilibrio de fuerzas.

Confusión tripartita. Volviendo a la tele, lo que ahora sucede es que los poderes del Consell parecen no aclararse sobre el futuro de la corporación de medios audiovisuales, los sindicatos acaban de denunciar la peligrosísima sucesión de empresas y los de la oposición harán lo posible para descarrilar cualquier veleidad por reabrir el ente. Por razones obvias. Por otro lado la opinión pública experimenta un vacío interior que se agranda con el tiempo pero que, como en los ocasos de las personas, irá sumándose al escenario como un elemento natural del paisaje. Así es la resignación valenciana. Los medios de la competencia, los medios en general por otra parte, no moverán mucho por corregir esta disfuncionalidad que nos hace únicos a los valencianos en el panorama audiovisual español si exceptuamos las autonomías de bolsillo. Les va la cuenta de resultados en ello y la tele pública nunca tuvo muchos amigos en el sector. Desde su nacimiento. Más bien ninguno. Nada nuevo pues.

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