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El antropólogo frente al supermercado

Hemos liquidado el viejo modelo de la economía basada en el suelo y la construcción, decidimos volver a la economía real y productiva, y cuando alcanzamos la cabeza mundial en fabricación y distribución „Inditex, Mercadona€„ sale un «showman» gracioso a ponerlo en entredicho.

El buen antropólogo que observa una tribu ancestral ya sabe que su sola presencia está alterando las cosas, es consciente, incluso, de que su forma de ver y entender el mundo cambia el mundo. Nuestra forma de ser, nuestro a priori, fundamenta no solo la manera de comprender, sino las formas de sentir.

Esto, que ya lo entiende hasta un bachiller, parece que no cala del todo entre algunos miembros del gremio periodístico, una profesión que también consiste en mirar el mundo. Hay que decir que la mayoría, la inmensa mayoría de periodistas es plenamente consciente de ello y que muchos apenas pueden interpretar eso que llamamos noticias no por falta de voluntad, sino por un exceso de presión ambiental. De hecho, esa es la verdadera batalla deontológica de esta profesión, luchar contra la presión exterior.

Ahora bien, persisten todavía profesionales de la información que utilizando las estrategias más teatrales o fabuladoras, venden a su público una supuesta neutralidad que, como el antropólogo nos ha enseñado, es del todo imposible y falsa. Esos casos son particularmente chirriantes cuando se trata de televisión, pues la imagen, frente a la escritura, tiene a ojos de la gente corriente un cierto valor de testimonio verídico. Y hace apenas unos días hemos visto „y padecido„ un ejemplo llamativo de esta construcción con tintes melodramáticos por parte del conocido presentador Jordi Évole y su programa dedicado a Mercadona.

Évole es un periodista que se ha granjeado el favor de la audiencia más como comediante que como narrador e investigador, desde sus inicios bajo el alias del Follonero. Su técnica, que entronca con la mordacidad de Woody Allen, consiste en hacerse pasar por entrevistador despistado para bajar las defensas de su interpelado y colarle afiladas preguntas. Se trata, pues, de una mascarada en toda regla de la que casi todo el mundo va a salir malparado salvo que cuente con la afinidad previa de Évole o que su capacidad de improvisación e interpretación sea extraordinaria, que no es el caso casi nunca. Évole no es el único, él sigue los pasos de un subgénero televisivo creado en EE UU „y en México„ que enlaza con el periodismo satírico, y que en nuestro país cuenta con estrellas de éxito más reciente como el Wyoming de Caiga quien caiga o el Javier Sardá de Crónicas marcianas.

Este tipo de programas traspasa los umbrales del periodismo neutral cuando, utilizando el formato de la comedia, se dedica a una supuesta investigación periodística con tintes de denuncia. Y esa es, mismamente, la deriva última del programa de Évole, Salvados, en el que el espectador nunca sabe qué está viendo: si a un comediante lanzando puyas al aire o a un periodista serio de verdad. La situación se complica cuando Évole juega con las cuestiones económicas, haciéndose el listillo frente a Mercadona, la segunda gran compañía del país que da trabajo diario a más de 75.000 personas, e indirectamente a más de 600.000. Ya lo hizo con Inditex.

Pero en un entorno como el nuestro que no anda sobrado precisamente de grandes compañías ni de exitosos hombres de negocios, bromas, las justas. En España, donde todavía subsiste la ancestral idea que confunde a cualquier empresario con una especie de explotador inveterado, poner en duda los valores de una empresa creciente es un despropósito casi de orden cultural. Si solo hablamos de economía, bueno será recordar que nuestras deficiencias históricas provienen del ridículo tamaño de las empresas españolas y de la falta de liderazgo empresarial. Hemos liquidado el viejo modelo de la economía basada en el suelo y la construcción, decidimos volver a la economía real y productiva, y cuando alcanzamos la cabeza mundial en fabricación y distribución „Inditex, Mercadona€„ sale un showman gracioso a ponerlo en entredicho.

No es posible crear un imperio como Mercadona, que fomenta 3 de cada 100 puestos de trabajo en este país, sin que algunos episodios de su largo trayecto hayan sido dificultosos. No es posible contentar a los 75.000 empleados ni hacer ricos y felices como perdices a toda su red de interproveedores. Pero sus valores, a día de hoy, no solo son incontestables, sino que se prolongan sabiamente hacia posiciones ejemplares. No hay I+D sin procesos industriales, y Mercadona, hoy, es una máquina de optimizar la logística, decisiva y altamente compleja en el mundo globalizado actual. Y lleva tiempo siendo una compañía con un alto grado de sensibilidad social y cultural como lo demuestran las acciones de las fundaciones que ampara.

Como valencianos, además, no podemos soslayar que Mercadona sigue radicada aquí, pagando impuestos aquí, promocionando mayoritariamente empresarios de aquí, y que sus próceres crean centros de estudios aquí y benefician el patrimonio cultural de aquí, incluso patrocinan alegremente carreras pedestres y equipos de baloncesto de aquí. Obviamente, su presidente es el gran prohombre valenciano y sus supermercados un buen reflejo de lo que esta tierra es capaz de dar si se la organiza con inteligencia. Como a los buenos antropólogos, la visita a un supermercado nos dirá muchas cosas del éxito y la civilización de ese lugar.

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