«Sol, i de dol. Sol, soc etern. M´és present el paisatge. De fa mil anys, l´estrany no m´és estrany. Jo m´hi sent nat; i, en desert sense estany». (Joan V. Foix)

Los acontecimientos sitúan a Valencia en el epicentro de la insurrección. Las exequias de Rita Barberá han provocado reacciones airadas frente a su óbito natural. José María Aznar se ha erigido en adalid de la disidencia, al presidir, entre aplausos, el funeral en la catedral. Consigna: todos contra Mariano Rajoy. En la Seu oficiaba el príncipe de la Iglesia Antonio Cañizares para situar las honras fúnebres en la frontera del ser o no ser proclama política. El cardenal es propenso a la agitación y a posicionarse en la cúspide de la escena como víctima asociada y rector de orquesta. El maleficio excluyente del prelado de que «nadie tenga que someterse el banquillo de los medios» [de comunicación] sobraba. Es falsario y nada cristiano. El Partido Popular afronta una crisis interna en el tratamiento de la corrupción y su precio.

El PSOE tiene el contrapunto en la tocata y fuga de Pedro Sánchez, que ha elegido tierras valencianas para iniciar su carrera hacia las primarias. En Xirivella, flanqueado por José Luis Ábalos y Manolo Mata, portavoz socialista en las Corts, ha lanzado sus soflamas contra la oscilante gestora dirigida por el asturiano Javier Fernández. El tapado de la andaluza Susana Díaz. El mítico donostiarra Odón Elorza o el exparlamentario europeo Andrés Perelló y la exmilitar, siempre firme, Zaida Cantera, personalizaban la crítica a una forma de hacer política que ha desembocado en gobierno de coalición de facto, presidido por Rajoy, entre PP, Ciudadanos y PSOE. La previsible aprobación de los presupuestos „obsesión de los poderes fácticos„, la derogación de la ley de Educación o el desenlace del nudo gordiano de la corrupción, ofrecen la visibilidad de un pacto que refuerza a los populares sección Rajoy, debilita al bando socialista de Díaz y eleva a Ciudadanos a la categoría de centralidad, tan perjudicada últimamente y tan ansiada por todos.

Valencia tiene innata vocación para albergar la insurgencia. Ya el general Joan Prim venía a Valencia en 1867 para conspirar hacia la revolución de 1869. En 1873, el movimiento cantonalista estalla en el País Valenciano. Un año después, en diciembre de 1874, el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunt, con ayuda de la quinta columna valenciana, propició la restauración de la monarquía con la proclamación de Alfonso XII. En enero de 1932 se instauró la República Soviética de Sollana. Aunque se supone que el blasquismo, antes y en la Segunda República, tuvo repercusión social, apenas fue un fenómeno doméstico, de alboroto y altercados en los rosarios de la aurora, circunscrito a Valencia. Durante la posguerra destaca el conato discrepante del alcalde, marqués del Turia y Martín Domínguez Barberá „ambos cesados fulminantemente por rechistar„ apoyados por Joaquín Maldonado Almenar desde el Ateneo Mercantil, a raíz del abandono hacia Valencia por parte del gobierno de Franco tras la devastadora riada de 1957.

Sigue vigente la penuria financiera de la Generalitat, que impide cualquier política de inversión. No sólo en infraestructuras, sino también en acción cultural o promocional para reavivar los resortes económicos, crear riqueza y generar puestos de trabajo. Los sucesivos gobiernos del PP han dejado las arcas vacías. Vuelven los cantos de sirena, más o menos inducidos, para que el Consell renuncie a las competencias que tiene transferidas. Las de educación, sanidad y atención social, que sobrepasan el 85 % del presupuesto. La autonomía valenciana está en peligro por su precariedad económica, cuyos efectos repercuten en la falta de identificación y confianza en el proceso autonómico.

Sobre extralimitaciones similares a las que hemos asistido por parte de devotos y adversarios de la exalcaldesa desaparecida, respeto personal aparte, decía Martín Domínguez que el mandato cristiano de enterrar a los muertos no consiste sólo en darles sepultura, sino, sobre todo, en poner a cada cual en su sitio. Exceso es afirmar, desde el pleno de la Cámara de Comercio de Valencia, que «no hay ninguna duda de que ha sido quien más ha hecho por la economía de la ciudad». Cabe comprobar que la Ciudad de las Artes y las Ciencias, que aún se adeuda en gran medida, fue financiada por la Generalitat. Es decir con dinero de todos y con evidentes desencuentros del Palau de la Generalitat, regentado por Eduardo Zaplana y Alberto Fabra, con el Ayuntamiento de Valencia de la era Barberá. Medió el interregno de Francisco Camps, que ahora en exceso numantino pretende ser candidato a la alcaldía. No se sabe si independiente o del Partido Popular. Mientras, Isabel Bonig y su equipo „amedrentados y confusos„ guardan silencio sobre estos movimientos sediciosos. Nadie se atreve a vaticinar a dónde irán a parar una vez superada la fase de duelo.