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Las comparaciones son odiosas

Eso mismo le decía el Cristo en cruz a don Camillo cuando este intentaba escurrir el bulto y tapar cualquier disparate suyo con una cita evangélica. Pues hoy, sin nadie que me afee la conducta, voy a declarar que el mundo está muy, muy feo y que es hora de hacer penitencia por los pecados que han cometido otros. Bueno, por los nuestros también.

En primer lugar, un poquito de esperanza. Murió Fidel y lo redujeron a cenizas; supongo que las enterrarán en Santiago de Cuba y construirán encima un mausoleo horroroso, a la soviética. Estas cosas son inevitables: cualquier dictador las quiere. Solo Ho Chi Min, el líder de Vietnam, pidió que se le enterrase en una colina arbolada para que pudieran descansar los peregrinos y los viajeros que pasaran por allí. En vista de lo cual, sus herederos levantaron un monumento de mármol y pusieron su momia dentro a la vista de todos, con fieros soldados custodiando.

Pero veamos lo que queda. Raúl Castro compareció en televisión a decirles a los cubanos «Fidel ha muerto». Los que tenían edad de razón en el 75, recordarán las colas que se formaron para rendir homenaje (o lo que fuera) a Franco; las mismas que en La Habana. ¿Cuánto duró el régimen franquista tan bien atado? Unos meses. Toda la armazón de 40 años se vino abajo en un pis pas. ¿Pasará lo mismo en Cuba? Yo creo que sí (claro que mis dotes de predicción están un poco desgastadas por mis anuncios sobre la derrota del brexit y la victoria de Hillary Clinton). El régimen castrista, apoyado en cientos de miles de funcionarios a la sopa boba, se derrumbará en cuanto un heredero de Raúl Castro anuncie que se necesita libertad. Y más contando con la presión del vecino del norte. Pero hay un nuevo inquilino en la Casa Blanca, que está más cerca de los cubanos de Miami que de los de la isla y no quiere que la naturaleza siga su curso: quiere retorcerles el brazo hasta que chillen y hayan pasado otras dos o tres generaciones de sufridos ciudadanos. Donald Trump está dispuesto a enfriar el deshielo solo porque proviene de Obama. ¿Le dejarán hacerlo los grandes capitanes de la industria norteamericana? Espero que no. Alguna vez he pensado que el peor enemigo de los cubanos de la isla son los cubanos de Miami. Piénsenlo.

Nos viene curva en Europa. El presidente americano electo está provocando un giro a la derecha en los países de nuestro continente. Trump y el conflicto del Medio Oriente que tan patosamente hemos contribuido a calentar. Primero fue Aznar con su política tan rígidamente conservadora. Luego, el primer ministro húngaro, que tiene todo de fascista menos el nombre. Luego Polonia. Luego fue el brexit. Austria, Holanda... y no digamos en las elecciones de Francia el año que viene: puede ganar Marine Le Pen y solo es capaz de impedírselo Fillon, un político extremadamente conservador que, me temo, querrá volver a la confesionalidad sin que se le note mucho. Lo mismo que en Turquía en donde Erdogan, aparte de inventarse golpes de Estado, va reimplantando el credo musulmán en un país que desde Atatürk era constitucionalmente laico.

Todos ellos opuestos a la riada de los refugiados provenientes de conflictos que tanto hemos contribuido a originar. Estamos buenos. Todos ellos racistas y nacionalistas menos a la hora de casarse: Trump con una eslovena, Farage con una alemana, Fillon con una galesa. Y todos ellos gente del pueblo sin un duro en la cuenta corriente. Es como si en el cielo, en la puerta custodiada por san Pedro, pusiéramos unos arcángeles conocidos por su política de impedir la entrada de pobres sin túnica blanca. Ya. Ya sé: las comparaciones son odiosas.

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