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La madre Tierra

En el famoso discurso de Don Quijote ante los cabreros, después de haber comido con gusto un guiso de cabra y haberse despachado entre todos ellos, con gran ayuda de Sancho, varios zaquetes de vino, comienza con el "Dichosa edad y siglos dichosos€" lo eran porque "los que en ella vivían ignoraban las palabras tuyo y mío". Como decía Jesucristo, "mirad las aves del cielo que ni siembran ni recogen". Así, en la época dorada bastaba para alcanzar el sustento con " alzar la mano". "Todo era paz, entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre". Era esa tierra imaginada del paraíso terrenal "que sin ser forzada ofrecía por todas partes, de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar".

En aquel mundo feliz del que caímos cuando domesticamos plantas y animales vivíamos en armonía con el resto de la naturaleza, o así lo creen algunos prehistoriadores y muchos soñadores. Quizás haya sido la religión judía la primera que establece esa división, y jerarquización, entre el hombre y el resto de la naturaleza. Dios la puso a su disposición y fue tal ese encadenamiento que cuando desde el cielo observó que el hombre se portaba mal y decidió exterminarlo, arrastró al ahogamiento a todos los seres vivos. Ellos expiaban un pecado que no habían cometido. Ya sabemos que se apiadó Dios y perdonó la vida a una pareja de cada especie. Pero esa insignificancia, o más bien, sometimiento del resto de la naturaleza a los caprichos y necesidades del hombre es una realidad en nuestra cultura, y en las otras, con una larga tradición. Los que piensan que en el Paleolítico no había esa distinción y que el ser humano se consideraba uno más con el resto, explican de esta forma la antropoformización de los animales o al contrario, la transformación de los hombres en ellos. Para cazar y no ser cazados tenían que imaginar o soñar, quizá con plantas alucinógenas, cómo pensaban y qué querían sus presas y sus predadores. Hay muy pocos que piensen ahora que las pinturas rupestres tenían una función mágica, de atrapar o poseer la caza como pensaba el Abate Breuil, el primero que osó interpretar esa misteriosas imágenes. Pero no podemos dejar de pensar que la conciencia de lo uno frente a los otros, y lo otro, es moderna, quizá del Neolítico. En la historia de los seres vivos un bostezo. Entonces es cuando nace, todavía bisoña, la nueva era: el Antropoceno. Ahora, cuando la acción del hombre está próxima a producir una catástrofe ecológica que ponga en peligro su propia supervivencia, o la de esta civilización, quizás estemos asistiendo al final de una fase. No es la primera vez que un ser vivo produce un cambio de era, casi siempre originadas por los accidentes geológicos y atmosféricos. Hace millones de años, en el origen de las células eucariotas, unas bacterias cargaron la atmósfera de oxígeno, un elemento corrosivo y mortal. Eran las cianobacterias. En esa atmósfera invivible sobrevivió una que supo aprovechar el oxígeno para crear energía mediante la combustión del azúcar, también de las grasas, las proteínas y el alcohol. Son las mitocondrias que en un momento de la evolución perdieron su núcleo y fueron absorbidas por otras que las dedicaron al trabajo de ser calderas. Hasta hoy.

La diferencia entre ellas, las cianobacterias, y nosotros es que nosotros, creo, sabemos lo que estamos haciendo. El uso, o el abuso, de "nuestra primera madre" no es sólo producir exceso de CO2 por combustión de fósiles. Va mucho más allá. Estoy en la ciudad de La Paz nacida en el fondo de unas montañas sobre las que ahora se extiende, cubriendo con casas encaramadas unas sobre otras, todas las laderas. En lo más alto, en una meseta a 4.000 metros se asentó en los últimos 20 años 1 millón de habitantes. Entonces había agua, los montes que la rodean la albergaban hasta bien entrada la primavera. Ahora, hace años que no nieva. Y la ciudad bebe cada vez más, porque hay más gente y cada uno consume un poco más. Hace tres semanas que un 80% de los habitantes no reciben ni una gota de agua. Ricos y pobres hacen cola delante de los camiones cisterna. Ellos lo sufren ahora. No es nada nuevo en este mundo. Según la ONU 1.200 millones de personas viven con déficit de agua permanente y pronto se sumarán 500 millones más. Los casi tres millones de la Paz entre otros.

Hay muchos que confían en la capacidad científica y tecnológica del ser humano para salir de este atolladero. No estaría mal que se desarrollara una industria que aprovechara los residuos de nuestra actividad, como se hace con la basura, aunque no sea muy eficiente. Por lo menos nos desharíamos de ellos. Mientras, lo mejor es poner freno cuanto antes. Y parece que las cosas no pintan bien para ello.

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