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Que no, que yo no hago yoga

Parte del círculo más próximo me persigue para que haga yoga «porque a ti te vendría muy bien», remarcan. El otro día medio quedé con el primogénito a las siete de la mañana, pero no acudí. Este verano se lo soltaron a un amigo y, como llevaba collarín, respondió «sí, para hacer la flor de loto estoy yo». El caso es que recibo hasta correos alusivos, que dejo de abrir. Pero no hace mucho fui partícipe del encuentro entre Juanjo Millás y Pablo Motos, de los que ignoraba el vínculo que mantienen. Al parecer, cuando el segundo hacía la desconexión de Luis del Olmo en Valencia, el escritor lo recomendó para los Madriles vendiéndolo como un transgresor. Así que, aunque Motos no es mi tipo, le presté atención porque el otro sí lo es.

Y enmedio del entretenido pim, pam, pum asomó lo inevitable en boca del insigne colaborador de esta casa: «Le he dicho Pablo me falta algo en la vida y no sé qué es, a lo que me ha respondido sin pestañear que el yoga. Él ha empezado a hacerlo y asegura que lo ha transformado completamente», cuestión que el conductor de El hormiguero completó tembloroso de placer: «El yoga te devuelve la sensación que tienes de estar incompleto y te inunda de un enorme amor por todas las cosas y personas del mundo». Dios mío, y eso que sólo llevaba unas clases. Quizá me muestre escéptico por ser virgen, aunque serlo en algo a estas alturas también tiene su aquél. Ahora bien, no es fácil mantener la condición viendo que Pablo va con el temita como su propio apellido indica: que si poco a poco consigues tener más paciencia y mayor equilibrio al tiempo que aprendes a respirar; y lo más importante de todo la quietud... con todos esos ejercicios conduciendo a que el cerebro controle el corazón. Y eso es un control mental „para alcanzar la quietud debe faltarle aún, porque no para„ que logra que un problema que antes te habría amargado el día, ahora en cinco minutos lo resuelves y, en dos, lo olvidas.

Miedo me da someterme al experimento. A ver si luego nadie me va a reconocer.

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