Hoy se conmemora la Constitución Española, un 6 de diciembre de hace treinta y ocho años. Unos la celebramos por lo que se supuso, una transición harto difícil, pero exitosa. Otros, enfrascados en la eterna e interesada insatisfacción, la denuestan. Países menos afortunados han demostrado lo complejo de un proceso similar.

Nunca llueve a gusto de todos. Ni en cantidad ni en frecuencia. Ya sabemos, de hecho, que hay sitios donde no cae una gota durante años. En otros, por el contrario, la lluvia es un fenómeno muy frecuente y casi lo podríamos definir como cansino y tedioso. Tomando la base de datos de la Climate Research Unit, el punto con más días de lluvia anuales alcanza los 316, el 86 % del total. Casi nada. El honor corresponde a las islas Auckland, un archipiélago 465 kilómetros al sur de Nueva Zelanda, a 50 grados de latitud austral, en una zona que los marinos conocían como los «aulladores». Las borrascas recorren esta vasta área oceánica sin tregua. Lluvia, viento y frío forman una combinación poco apetecible. También por encima de los 300 días, tenemos puntos de la Amazonia, la también austral isla Campbell y algunos sectores de la cordillera central de Nueva Guinea. Si ampliamos la búsqueda por encima de 250 días, se añaden otras áreas tropicales, como las islas de Borneo y Nueva Bretaña, los andes ecuatorianos y colombianos, puntos de la costa central de Brasil; el occidente de Irlanda, Escocia y Noruega y las islas japonesas de Honshu y Hokkaido. Entran, pues, en escena los climas oceánicos y chinos. Si buscamos, por el contrario, dónde llueve menos de un día al año, el sector se concentra en el Sahara oriental, en las fronteras de Egipto con Libia y Sudán. Y es que es más fácil que llueva en el desierto que en ésta, nuestra España, vayamos todos a una.