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La fuerza de la naturaleza

En una semana, España ha sido atravesada por las tempestades y los daños materiales son cuantiosos y las muertes irreparables. Como indican los amigos, o no llueve nada, o hay inundaciones. Con la cantidad de obras que se han hecho (autopistas, metros, edificios, puentes€) no parecen haber mejorado los resultados cuando se trata de hacer frente a fenómenos naturales de esa intensidad (de más de 200 litros por metro de superficie). Con el resultado de calles que se convierten en barrancos, o rieras y coches arrastrados, y hasta autobuses, vías de tren que no permiten el tránsito de locomotoras y vagones€. O el metro como una piscina (en Málaga). Y las casas aisladas en un lago de agua y cieno, arrastrada desde montes casi sin vegetación, y que nada detiene, agravando el mal.

Son las personas que viven en los aledaños, cerca de ríos, en fincas nuevas, quienes han sufrido más el temporal, viendo sus casas y enseres destrozados. Han visto cómo el resultado de los esfuerzos de toda una vida se van en una noche o menos. Y las casas quedan tocadas, no sabemos si les darán ayudas prontas para repararlas, e indemnizaciones (si tenían seguros y éstos cumplen). Cualquier retraso les hará vivir en peores condiciones a estas familias.

Y todo eso a pesar de las previsiones y alertas y de la ayudas que han supuesto los diversos operativos, bomberos y demás, desbordados ante la cantidad de emergencias, les llamaban de todas partes (el móvil ahora es un instrumento de supervivencia y debería ser gratuito). Se han salvado no pocas vidas, como hemos visto hacer a los equipos de salvamento en acción (en los programas y noticiarios).

Las catástrofes naturales nos ponen en nuestro sitio, no para resignarnos, sino para replantearnos cómo hemos construido, ocupando espacios que nunca debieron tener licencia o sin tener en cuenta el impacto en el medio. Lo vimos hace años con la pantanà, lo hemos visto esta semana última en las costas del sur de Andalucía, que han superado las tempestades que se abatieron sobre la Comunitat Valenciana un poco antes y que nos han mantenido en vilo temiendo lo peor.

Es muy difícil que todo esto se resuelva a la mayor brevedad. Es el resultado de años de errores, de cálculos engañosos, de simple especulación inmobiliaria, de mil obras para beneficiarse de los presupuestos, de inversiones hinchadas. Muros, puentes, barreras, se van en un santiamén. Como castillos de naipes o en la arena (en las orillas de los ríos, en terreno público ganado así, muchos parques e instalaciones deportivas arriesgadas).

Nos asombra la fuerza que cobra la naturaleza desatada, haciéndonos creer en un fatum, un poder sin límites, frente al que solamente cabe la resignación y cuantificar los daños y pedir ayudas al Estado. Estamos inermes, a merced de esas circunstancias atmosféricas, unas veces en otoño, otras en primavera. Y no digamos ya cuando una zona sufre terremotos y pasan años sin que se reparen los destrozos y la gente puede volver a vivir en hogares nuevos. No tenemos ni la experiencia ni la capacidad de los japoneses, o de los norteamericanos para rehacerse con rapidez. Nos queda mucho que aprender para soportar los embates de la naturaleza.

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