El sueño de la razón produce monstruos es un célebre grabado de Francisco de Goya que inspiró la obra teatral de Antonio Buero Vallejo „cuyo centenario del nacimiento se cumple este año„con título análogo „El sueño de la razón„ en la cual la sordera impide al genial pintor apreciar el sentido de la realidad. Tras el resultado de las recientes elecciones norteamericanas es como si el sueño de la razón alcanzara a un electorado que ignora los despropósitos de su líder, cualesquiera que éstos sean, ignorando el sentido de la realidad. O quizás éste sea el sentido de la democracia actual, que se puede repetir con ocasión de la próxima celebración de elecciones en diferentes Estados europeos o en el referéndum de Italia del 4 de diciembre para la reforma constitucional boicoteado desde opciones extremas que impidieron al primer ministro Matteo Renzi hablar en Florencia donde había sido alcalde.

Las recientes elecciones norteamericanas han mostrado que el odio ha llegado a imperar, y el resultado ha sido el conocido. En la política española, algunas actitudes recientes parece que siguen el mismo camino, incluso entre personas y opciones políticas que deberían sentirse próximas frente al reto de la globalización y ante la necesidad de una reforma democrática del marco constitucional. Una excepción ha sido el caso valenciano, como recientemente recordaba, en Madrid, Mónica Oltra, en presencia del president, Ximo Puig.

Hace ya muchos años, Jean Jacques Rousseau señaló la importancia del «contrato social», anticipándose a las circunstancias actuales en las que los ciudadanos ignoran lo conseguido al comprobar el estado de una sociedad que apenas ofrece alternativas para conciliar el logro personal con el desarrollo colectivo, el beneficio económico con la responsabilidad social. Hoy, los indignados cuestionan la sociedad actual y buscan salida hacia ambos extremos del arco parlamentario, al encontrarse ante un modelo de sociedad que no ofrece alternativas razonables. Que se desentiende de los necesitados, de los aquí, de los de allá, y de los de más allá cuando pretenden llegar, o consiguen hacerlo, hasta acá.

El problema estriba en que los que manden posean suficiente autoridad moral para gozar del respeto de los que obedecen. Y ello en las circunstancias actuales no se da como cuando lo defendió Georg Lichtenberg hace más de dos siglos. Se dice que una sociedad tiene los políticos que se merece. La misma idea podría expresarse de otra manera, tiene los políticos que se le parecen. Rafael Argullol lamentaba, en una reciente entrevista, la mala calidad democrática en España como consecuencia de la falta de tradición ilustrada. El siglo de las luces resulta hoy oscurecido por la carencia, favorecida desde los poderes públicos, de ciudadanos con capacidad crítica.