La temperatura era casi estival en la costa valenciana a principios de noviembre, según la Agencia Estatal de Meteorología. De hecho, los valores térmicos elevados se extendían por todo el ámbito Mediterráneo. Pocos días después llegó el invierno y un virulento episodio de lluvias torrenciales. En el área metropolitana de València y la comarca del Camp de Morvedre no llovía tan abundantemente en ese mes desde 1956. La torrencialidad recordaba a las gotas frías, más habituales a principios de otoño. No en vano, el agua del mar, uno de los tres componentes que disparan este tipo de episodios, se había mantenido en cifras elevadas, próximas a los 20 grados. El temporal resultó especialmente intenso en la costa valenciana, con importantes daños en la agricultura, y las provincias del sur de Andalucía, Huelva, Cádiz y Málaga, donde se produjeron relevantes daños a causa las indundaciones. Mientras los gobiernos trabajan en los despachos para declarar zonas afectadas por emergencias y canalizar financiación, los científicos han advertido que el calentamiento global ya es una evidencia en el área mediterránea, como muestra el reciente temporal o la sucesión de olas de calor. En consecuencia, adaptar el territorio y los usos del suelo al clima extremo se ha convertido es una necesidad vinculada no solo al cambio climático sino a garantizar la seguridad ciudadana y evitar mayores costes económicos.