El populismo tiene una ventaja: es un comodín. Sus líderes emiten continuamente mensajes que, mientras no sean sometidos a prueba, van a contentar a todos. Por ejemplo, Pablo Iglesias es a ratos socialdemócrata, comunista, radical o populista y siempre heredero del 15M, quiera esto último decir lo que quiera decir. Es lo bueno que tiene esta teoría política: sirve para todo. Podemos está constantemente sometido a un debate de ideas interno que, se afirma, demuestra la viveza de sus posiciones y argumentos. Eso estaría muy bien si además estuvieran discutiendo de un programa de gobierno que no tienen.

No resisto la tentación de hacer una comparativa entre el líder de Podemos y el recién elegido presidente de Estados Unidos. Vaya, están ambos en los extremos opuestos del arco político, pero, aun cuando Iglesias es más inteligente y más culto que Trump, estos datos son irrelevantes puesto que la acción política de ambos se mueve en el ámbito teórico y práctico del populismo. Durante la campaña Donald Trump, a base de mentiras, manejaba como nadie el estímulo de los peores instintos de sus posibles electores. Todo con tal de ganar. Y si ofendía las delicadas sensibilidades de sus partidarios, que se taparan la nariz. Ha demostrado ser un político analfabeto pero hábil en un momento en que el analfabetismo era menos importante que la habilidad vocinglera. Ganadas las elecciones, los más críticos, los más disgustados de su partido republicano han vuelto al redil con el rabo entre las piernas y no han hecho ascos a participar en el manejo del poder. Estoy seguro de que todos se han justificado diciendo que están ahí porque alguien tiene que garantizar la sensatez. También estoy seguro de que Trump será un pésimo presidente, gobernando a base de bandazos sin alejarse nunca en exceso de los peores instintos de sus votantes.

¿Ocurriría lo mismo con Iglesias? Es posible. Pero hay una diferencia sustancial entre ambos: uno de los dos tiene el gobierno.

Veamos algunas de las primeras acciones de Trump: recibió a Nigel Farage, el energúmeno del Brexit y ofendió a parte importante del establishment británico. Habló con Putin y desestabilizó muchas de las posiciones políticas de sus aliados. Amenazó a Cuba asegurando que daría marcha atrás en el deshielo tan delicadamente construido por Obama. Todas estas, sin embargo, son salidas de pata de banco que no irán a parte alguna. Igual que su admiración y apoyo de Renzi, días antes de que este haya tenido que dimitir empujado por su ceguera y su soberbia.

Y luego empezó a usar su nuevo poder para pegar patadas al avispero del mundo. A lo mejor hay un par de cosas que no están mal vistas. En primer lugar, les ha dicho a sus aliados de la OTAN que va siendo hora de que ellos contribuyan seriamente al presupuesto porque Estados Unidos está harto de llevar el peso principal de la defensa del mundo libre. Esto concuerda con su tentación aislacionista, que es también la de sus votantes.

La otra barbaridad ha sido llamar a la nueva presidenta de Taiwán para felicitarle. Santo cielo, entrar con los dos pies por delante, quebrando así décadas de pisar huevos: Washington ayuda a Taiwán y hace de él su aliado pero no reconoce su existencia porque Pekín reclama la isla como suya. Un juego de hipócritas que ha desmantelado el nuevo presidente con una simple llamada de teléfono. No lo veo mal y al parecer, China se ha limitado a presentar una protesta verbal sin consecuencias. ¿O con consecuencias? Al fin y al cabo, China es dueña de la mayor parte de la deuda estadounidense y es un socio comercial enorme. Por otra parte, el mar de China es un polvorín que se disputan China, Vietnam, Filipinas, Taiwán, Malasia y Brunei en un cruce explosivo de mares territoriales, con disputas además por la posesión de unos islotes, los Paracelso y los Spratly (cuyo fondo marino se supone de gran riqueza), que China y Filipinas, Malasia y Vietnam reclaman. No pasaría gran cosa si no fuera porque se trata de una de las vías marítimas más transitadas del mundo.

Igual todo esto se va al cementerio en el que ya se encuentra la muralla de México pero tal vez Pablo Iglesias y su Podemos deberían tomar buena nota de lo complicado que resulta gobernar sin más bagaje que unas promesas difícilmente realizables y unas patadas al avispero.