Los llamados trabajos basura lo son desde su comienzo, desde que la gente busca colocarse. Una vez comprobado personalmente que trabajo fijo hay poco, muchos tratan de trabajar, por lo menos, algún tiempo y recorren oficinas, tajos, obras, leen la prensa o preguntan a familiares y amigos si saben de algo temporal. Sin embargo, por una de esas peculiaridades del mercado capitalista, la entrada en los trabajos temporales está crecientemente condicionada por la existencia y el florecimiento de las empresas de trabajo temporal que se dedican a proporcionar mano de obra barata a quien lo necesita, quedándose con una parte del salario del obrero mientras trabaja.

Las empresas de trabajo temporal ayudan, entre otras cosas, a que no se cree trabajo fijo porque es más cómodo para el sector productivo, y más barato, ir reciclando la abundante mano de obra de un trabajo a otro, de un sitio a otro, aprovechando la permisividad de las leyes laborales. Las empresas de trabajo temporal se convierten en negreros de esa mano de obra vagabunda a su pesar y han reemplazado prácticamente a un nunca muy eficaz INEM. Como relata un trabajador de treinta años, que lleva tres yendo de un sitio a otro, sin haber conseguido todavía ser dado de alta en la seguridad social, «con las empresas de trabajo temporal no caben las protestas y no hay más narices que aceptar lo que te proponen porque ellas tienen la conexión con el empleador».

Las empresas de trabajo temporal apenas tienen más gastos que los de secretaria y teléfono. Su activo son sus conexiones empresariales y una lista gordísima de gente que quiere trabajar pero que no tiene ningún derecho hasta que se le consigue trabajo. A cambio de conseguírselo, se quedan con un buen trozo del salario, a veces la mitad, durante todo el tiempo que dura esa situación. ¿Cuantos negocios hay tan buenos y con menos riesgos?

La cultura del trabajo temporal ha creado unos perfiles propios que están empezando a ser característicos de buena parte de la gente joven. Son personas incapaces de tener patrimonio, apenas ganan para sobrevivir, no acceden a vivienda propia, muchos viven con sus padres o en lugares bastante miserables o muy alejados del casco urbano. Su visión de la vida es crecientemente cínica y ese cinismo se corre a sus vidas personales, amor, amistad. Ya hay algunas películas que reflejan esa realidad, especialmente inglesas, como la reciente Dos chicas de hoy, de la que puede deducirse los efectos desastrosos para la sociedad inglesa de la política de Margareth Tatcher, hoy tan jubilosamente celebrada y copiada en tantos países, especialmente España. Puede que el trabajo temporal sea la receta para la buena marcha de las empresas, pero sus efectos sociales, personales, son desastrosos.