Una vez más, los informativos se hacen eco de un coma etílico de una menor después de que hace poco muriera otra chica por la misma causa, a pesar de que la policía hubiera comunicado a sus padres en ocasiones anteriores los problemas de la joven con el alcohol. Esas noticias son tan solo la punta visible de un problema de educación, del funcionamiento del comercio y cumplimiento de las normas y de la crisis de valores que padece nuestra sociedad.

No entiendo que el legislador se vaya a dormir tranquilamente pensando que ya existen leyes que impiden la venta de alcohol a los menores sin tomar la mínima precaución de sancionar a quienes no las cumplen, aplicando multas millonarias a quienes favorecen el acceso al alcohol de los menores y quienes se lo suministran, llegando, incluso, al cierre de establecimientos. Aún menos entiendo la actitud de unos padres que se desentienden de los coqueteos de sus hijos con el alcohol, delegando su educación en la escuela y desoyendo los informes policiales y menos entiendo aún a quienes se dicen amigos de las víctimas y les acompañan en sus excesos riendo sus borracheras y solo reaccionan cuando ya es demasiado tarde.

No soy ningún puritano y respeto la libre elección de los ciudadanos para hacer lo que quieran con sus vidas, siempre que no hagan daño a nadie, pero me resulta intolerable que la sociedad no defienda a los menores y evite desgracias y conductas que pueden llevar al deterioro de su salud y la adquisición de dependencias. En esos temas no cabe aludir al libre albedrío de quien no puede tomar opciones como elegir a sus representantes o ser sujeto penal.

Mirar para otro lado en temas como el alcoholismo o la drogodependencia de los menores es hipócrita y criminal y descalifica a una sociedad que tolera esas conductas en su seno. En ocasiones se me han acercado menores pidiéndome que les comprara una botella de licor en un comercio y me ha sorprendido su desafío cuando me he negado a hacerlo y les he recordado que la norma no se hizo para coartarles, sino para protegerles. Estoy harto de escuchar las confesiones de amigos del sector sanitario que se quejan de la frecuencia con que los fines de semana tienen que atender a menores alcoholizados y exijo desde estas líneas que se activen protocolos de advertencia a los padres e incluso de pérdida de la patria potestad en los casos en los que los padres y tutores sean incapaces de proteger a los menores.

Decía Fernando Savater en su libro El valor de educar, que los padres parecen renunciar a la educación de sus hijos y dejar esta tarea en manos de los enseñantes, pero esto es injusto y deberían pensar quienes se comportan así que su dejación de funciones será la causa de muchos problemas de sus hijos en el futuro y que su estúpida permisividad en temas como el alcohol y las drogas traerá nuevos y mayores disgustos. Nos jugamos el futro y sería suicida renunciar a la protección de los menores.