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Paranoia cultivada

La verdad es que el programa de Donald Trump es un pleonasmo, con perdón: no se puede hacer grande a América, de nuevo, por la sencilla razón de que ya lo es y nunca ha dejado de serlo. Grande en población, recursos y territorio. En poderío militar: número de unidades desplegadas, flotas repartidas y bases logradas, vendidas, regaladas o alquiladas en cada uno de los continentes (Antártida incluida). Sumemos a eso la producción de bienes y los recursos tecnológicos de la era digital, de la exploración del espacio, de la medicina puntera, de la ingeniería genética y de la robótica.

El programa del señor Trump fue votado „por los descabezados que lo hicieron„ con la esperanza, no menos sentida por no formulada, de que la gente blanca y protestante, los americanos de toda la vida (con permiso de los indios), participarán de estas ventajas. Y eso se logra por proyección, como en el cine: un mecanismo de la mente, una fantasmagoría palpable. Es lo mismo que sienten les rusos al afirmar que Vladimir Putin ha levantado un país humillado y conseguido que Rusia sea respetada. Cualquier gobierno de cualquier país que hable de respeto, lo hace en el mismo sentido que don Vito Corleone.

También los chinos „dicen los que han visitado China„ hierven en un cierto caldo de orgullo nacional ante los indudables progresos vividos por el país, no tanto por la gente. La idea de imperio funciona como el entusiasmo del hincha del Real Madrid: los tercios de Flandes meten goles en vez de clavar picas y Cristiano Ronaldo los mete por todos (y enseguida enseña los calzoncillos). El Barça consigue en los terrenos de juego lo que el soberanismo catalán no acaba de definir como proyecto viable. Naciones constituidas por gentes normales, personas que quizás sean buenos padres de familia y puntuales contribuyentes, han abrazado la idea de fortificarse y aislarse del mundo como si, afuera, sólo hubiera enemigos y adentro, ocuparan las calles toda suerte de ladrones y violadores. Les parece más justo y seguro, pero tras la destrucción de la libertad, no queda nada. Nada. Ni siquiera seguridad.

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