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El vídeo del maestro de Alepo

El joven maestro de Alepo alterna la mirada a la cámara con otras miradas esquivas, furtivas, hacia un lado que el observador no ve pero en el que se intuye está el infierno. Lleva una chaqueta de chándal con capucha de Adidas y tiene los ojos y la nariz enrojecidos. Con las milicias de Asad apenas a 300 metros, el joven maestro de Alepo graba en inglés su testamento vital en un minuto y 25 segundos y por eso sabe que tiene que ser claro e ir al grano. No hay tiempo ya, después de todo lo sufrido, para grandes mensajes grandilocuentes, ni análisis geoestratégicos, ni declaraciones de intenciones políticas. Tampoco para esos discursos para la Historia en mayúscula. Solo cuatro frases muy sencillas para la historia en minúscula, la historia de las personas normales y corrientes, la gente anónima, los pequeños seres humanos que no montan guerras ni asesinan a niños, ni deciden cuando sus congéneres mueren o viven, sino que simplemente viven en este planeta como pueden y les dejan.

En ese minuto y 25 segundos, el maestro de Alepo nos lo explica en un inglés muy sencillo y con una claridad transparente para que no haya lugar a equívocos: no hay donde ir, nadie se puede mover ya, no queda ninguna salida ni escapatoria ante la masacre inminente. Es una ratonera. Han sobrevivido hasta donde han podido y a pesar de la nula ayuda recibida, el maestro de Alepo no sólo no reprocha nada sino que todavía nos regala a quienes estamos al otro lado de la pantalla un consejo a tener en cuenta si alguna vez nos sucede a nosotros: que no creamos en la ONU ni en la comunidad internacional porque, advierte, «están satisfechos de que nos estén matando (...) Ayer había muchas celebraciones al otro lado de Alepo; celebraban sobre nuestros cuerpos (...) Está bien, así es la vida».

Cuando pronuncia esta última frase apenas quedan 28 segundos de grabación, 28 segundos que el joven maestro de Alepo, que tiene una hija y se emociona al recordarla, dedica a la libertad. «Al menos», dice, «sabemos que fuimos personas libres. Queríamos la libertad. No queríamos nada más que la libertad... Espero que nos recuerden». Y entonces, como en uno de esos caprichos que tienen de vez en cuando el tiempo y el espacio y que se llama sincronía, me viene a la mente Julia Conesa, la modista de Oviedo e integrante de las 13 rosas que fue fusilada con 19 años y que pidió desesperada en el último momento que su nombre «no se borre de la historia». Y me evoca al profesor de Alepo, a su vez, que solo pide que «se les recuerde», en genérico. Y en ese recuerdo surgen de esta historia deshumana nuestra muchos maestros de Alepo, como el del vídeo „que se llama Abdulkafi Alhamdo„ y jóvenes republicanas fusiladas, y rostros de perdedores de todas las guerras (que son muchos y por todo el planeta), de sitiados y acorralados que desde puertos, ruinas o caminos claman sin cesar y siempre implacables para que no olvidemos la enorme vegüenza que sentimos: «Nos están matando».

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