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Matías Vallés

Putin no eligió a Trump

Los estadounidenses quieren liberarse de la responsabilidad de haber elevado a otro bufón a la Casa Blanca, y la descargan sobre el enemigo oficial ruso

Lo peor de votar a Donald Trump es la mañana siguiente. El estrés postraumático de los estadounidenses solo es comparable a la depresión colectiva tras la derrota en Vietnam. Para curarse, han recurrido al manido enemigo exterior. Dado que Isis era una opción delirante a la hora de justificar una elección sin derramamiento de sangre, los norteamericanos quieren liberarse de la vergonzosa responsabilidad de haber elevado a otro bufón a la Casa Blanca descargándola sobre el enemigo oficial ruso. O soviético, dado que Putin reconstruye la influencia ya que no el ámbito del antiguo conglomerado socialista. De regreso en la URSS va más allá de una canción de los Beatles.

No media demasiada distancia entre dictaminar que Putin ha impuesto a Trump mediante estratagemas cibernéticas y establecer sin rodeos que el presidente ruso gobierna Estados Unidos. Lo extravagante del caso es que la admisión de esta anexión provenga del consenso de Washington. Las innumerables agencias de espionaje norteamericanas coinciden en que la intromisión de Moscú se produjo mediante la infiltración en las comunicaciones del partido Demócrata, unida a la difusión de sus correos electrónicos. La primera conclusión de esta asignación es que el estado de shock de los norteamericanos les impide discernir lo ocurrido en las urnas de noviembre.

Putin no eligió a Trump. El presidente ruso no virtió polonio radiactivo en la bebida de los votantes estadounidenses, como ordenó hacer con el espía Litvinenko. El nuevo zar debe ser el primer sorprendido por el entusiasmo del magnate del pueblo. Las elecciones norteamericanas se han saldado con un nuevo rugido de la mayoría silenciosa, el colectivo impetrado por Nixon para sustentar, de nuevo, la guerra de Vietnam. El nuevo inquilino de la Casa Blanca ha conseguido excitar a este reducto pasivo, mientras que el éxito de Rajoy consiste en adormecerlo. En las elecciones de noviembre pesaron más las intermitentes acusaciones del director del FBI contra Hillary Clinton que los manejos de Putin.

Y sin embargo. El acto de sumisión a los designios de Moscú ha contagiado al imbatible ´New York Times´. No solo detalla en un amplio informe las pruebas que atribuyen los pirateos masivos de material Demócrata a informáticos rusos. El rotativo se detiene además en un acto de contrición, a la altura de su confesión del infortunado apoyo a la guerra de Irak. Concluye que «cada publicación de envergadura, incluido el Times, publicó numerosas historias citando los correos electrónicos divulgados por WikiLeaks, convirtiéndose así en un instrumento de facto del espionaje ruso». No es la primera vez que se acusa a la cabecera neoyorquina de trabajar para los bolcheviques, pero sí la primera ocasión en que la asociación prorrusa viene establecida por el propio periódico.

El ´Times´ remata su retractación con una loa de tintes casi estalinistas al dueño del Kremlin. «Putin, un estudiante de artes marciales, ha transformado a su favor a dos instituciones nucleares de la democracia norteamericana, las campañas políticas y los medios independientes». Cuesta sugerirle a quien se autoinculpa que comete una equivocación. Con todo, la grandilocuencia del rotativo transparenta el drama del resultado electoral, antes que explicar sus causas. La metáfora del presidente ruso, de esbirro del KGB a sucedáneo de Talleyrand, suena desproporcionada. Por recurrir al lenguaje mundial de las teleseries, se habría materializado la adaptación tecnológica de The Americans, los agentes durmientes de la URSS en suelo estadounidense.

Sobredimensionar al rival contribuye a mitigar los errores propios. Cuando el FBI avisó al partido Demócrata de que los piratas rusos apodados los Duques se habían introducido en sus servidores, el equipo de Hillary Clinton pensó que se trataba de una broma, por lo que no tomó ninguna precaución. Se escenificaba la mejor parábola del mundo actual, con una sobredosis de información a la que nadie atiende porque se duda de su veracidad. ¿No se insiste en que Trump ha ganado por la confusión impenetrable entre datos verdaderos y falsos? La segunda infiltración de los aristócratas rusos supuestamente sufragados por el Kremlin fue desatendida por un motivo todavía más prosaico. El técnico que analizó la invasión tecleó por error «legítimo» en lugar de «ilegítimo», al etiquetar el correo ladrón. Otro chorro de material de Clinton para WikiLeaks. A veces cuesta creer que Trump fuera la peor opción para presidente de Estados Unidos.

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