Cuando uno no dice lo que es, otros lo dirán por él. Y casi nunca como le interesa. No es nuevo el desprecio a la comunicación desde los centros de influencia política y económica y sigue siendo habitual en los núcleos de poder. Su misión, amparada por el derecho constitucional a la libertad de expresión, es válvula de seguridad de la democracia. Sin medios de comunicación libres, creeríamos todavía que el golpe de Estado del 23 F fue una discusión entre amigos y que el caso Gürtel, es una corruptela de cinturones. Los periodistas somos incómodos porque decimos lo que los demás no quieren oír. La prensa, según Dovifat, constituye un órgano decisivo de la democracia, a cuyo florecimiento contribuye siempre de modo notable y también a su deterioro, cuando transgrede su cometido. Sin prensa ni periodistas libres no hay democracia. Son valores a preservar mientras están en el objetivo de los poderes fácticos. La aristocracia del dinero. La norma que esgrimen: cuanto más tienes, más mandas.

La comunicación es una cuestión pendiente para la Generalitat Valenciana. No basta con hacer las cosas bien. Hay que transmitirlas adecuadamente para que los medios dispongan de material informativo fiable para trasladarlo a la opinión pública. La decadencia económica ha deteriorado el entramado informativo de la Comunitat Valenciana. Por el efecto restrictivo de la recesión económica que ha reducido los flujos publicitarios, pilares esenciales en la financiación de la prensa. La publicidad institucional no es un gasto superfluo sino la contribución necesaria al Estado de derecho para preservar la integridad de los medios. Los bancos y las grandes compañías se deben a la sociedad. Las fuerzas políticas conservadoras no son proclives a intensificar los canales de comunicación..

El efecto más visible fue la desaparición del ente Radiotelevisión Valenciana, como medio de comunicación trasversal y vertebrador. RTVV con unos índices de audiencia muy bajos, no fue un ejemplo de contratación aséptica, de programación equitativa y responsable, de criterios informativos independientes ni de transparencia. Varios de sus directivos se han visto procesados e implicados en escándalos. Si ahora se ha de repetir la experiencia, que se haga, al menos, con dignidad. El clientelismo llevó a RTVV a tener una plantilla excesiva que la abocó a la quiebra. En noviembre de 2013, el president Alberto Fabra tomó la decisión más negativa de su mandato, decretando la clausura de este medio de comunicación.

La política de comunicación de la Generalitat no se pecibe. La consellera de Justicia, Gabriela Bravo, esta semana ha dado una lección de cómo comunicar en su intervención en el Fórum Europa. Con un discurso estructurado, escandalizó a los espectadores empresariales, absortos en la solución de cómo resolver sus problemas de continuidad. «Esto parece una carta a los reyes magos», decían. Deficiente comunicación empresarial que pretende servirse de los medios de comunicación -los que «matan y ofenden, populistas por añadidura»- para perseguir lo imposible. ¿No hay que eliminar las subvenciones y en el ideario neoliberal, todo lo que no es rentable debe sucumbir? ¿No hemos de ser autosuficientes: ciudadanos, empresas y organizaciones? ¿Por qué no pagan con dinero público las deudas y las irregularidades al resto de los mortales?

Con escaso intervalo de tiempo hemos asistido a dos reválidas de comunicación en La Sexta. El programa dedicado a Mercadona, donde los directivos entrevistados suspendieron en cómo enfrentarse a sus miserias ante las cámaras de televisión. Decepcionaron las respuestas y fracasaron las personas en un diálogo que podía haber sido más crítico. Se ha abierto el fuego para con una organización valenciana líder en distribución y que tiene la atención de los clientes. Nadie está a salvo de la trasparencia y del veredicto de la opinión pública. Los cuadros medios de la cadena están inquietos por la improvisación y la vulnerabilidad de quienes tienen que estar preparados para la crítica.

El ejercicio de cinismo del presidente ejecutivo de Prisa, Juan Luis Cebrián, ha sorprendido. Un profeta del periodismo que ha conseguido olvidar de dónde viene y que no se arredra a la hora de utilizar expresiones posmodernas y respuestas delatoras, que Cebrián no hubiera perdonado cuando ejercía el periodismo. Kapuscinski, maestro de periodistas, en el autorretrato que formuló en «Cristo con el fusil al hombro», confesó: «Perderé, me matarán, pero jamás nadie podrá decir de mí que he roto las reglas del juego, que he traicionado, que he fallado, que tenía las manos sucias». Al ejercer el periodismo siempre hay dos caminos posibles. El que busca la consolidación de un estatus confortable por encima de los principios y el que conduce a pensar en los demás mediante el ejercicio digno de la profesión. Los periodistas no están en este mundo para ser complacientes y por eso es una profesión no apta para cínicos.