Tengo la triste sospecha de que no acabaremos con el machismo ni con la violencia que le acompaña si no abordamos el grave problema de raíz y de una manera colectiva. Porque hay muchos mundos dentro del mundo que arrastran una inercia machista enorme de siglos, y que no queremos ver, o no podemos, o no sabemos. Son mundos oscuros que incluso llamamos cultura.

El ejército por ejemplo, un mundo opaco rezumando un machismo que supone un valor socialmente aceptado e incuestionable. Las religiones, que son una enorme losa sobre la mujer, desde el velo hasta la marginación, desde la simbología de las vírgenes hasta la condena de las pecadoras. El idioma, lleno de giros y requetegiros que separan y desprecian. Y qué me dicen de los chistes, los refranes, los piropos, las frases hechas, con apariencia graciosa pero que son cargas de profundidad permanentes. ¿Hablamos de las letras de las canciones? La copla, el bolero, el flamenco, todo ello es cultura, y me emocionan, pero con demasiada frecuencia son ejemplos que caen hacia el mismo lado. Y el baile de salón, donde manda el chico, aunque sea un patoso.

El mundo laboral, con palmadas en el culo, «señorita tráigame un café» y sueldos desequilibrados. Las fiestas con reina por aquí y reina por allá, los concursos de bellezas tontas, las pasarelas con sufrimientos y tallas imposibles. Y la publicidad, con tanto doble sentido y cada día en la tele, dentro de miles de casas, con miles de niños y niñas oyendo, viendo, imitando. O los personajes públicos haciendo afirmaciones degradantes, siempre justificadas porque se han «sacado de contexto». Incluso la propia justicia resulta parcial, lenta, e incompleta.

Y, sobre todo, el mundo del amor, con esa concepción torticera cercana al dominio, a la sumisión, y con los celos en medio. Una versión del amor nefasta, repetida, y que puede acabar en drama.

Todo ello, junto con el miedo, es una antieducación permanente, cotidiana, aceptada, que contrarresta cualquier campaña minúscula ensombrecida siempre por un machismo mayúsculo.

No se trata solo de prohibir, sino de explicar. Poner en la carátula del disco «esto no es amor, solo es una canción», porque necesitamos una profunda revisión de nuestras raíces que ponga de verdad patas arriba lo que hay, y siente las bases de una igualdad efectiva. Mientras las mujeres pelean y pelean hasta el agotamiento y los hombres juramos que no somos machistas, ¿alguien se atreverá a actuar de verdad?