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El pánico al hijo marica

Atención, compatriotas. En los próximos días vamos a ser testigos de un acontecimiento que tiene lugar año tras año en numerosos hogares españoles. Se trata de un fenómeno complejo y con múltiples matices que podemos englobar bajo el término pánico al hijo marica. Se manifiesta especialmente en épocas navideñas y/o cumpleaños, cuando numerosos progenitores contemplan angustiados la posibilidad de que a su pequeño le regalen un juguete de niña que le haga abandonar esa heterosexualidad tan pura e inquebrantable en la que le estaban intentando criar. Imagínate, menuda desgracia para la familia.

Otra versión de este evento se centra en que quizás el niño no caiga en las garras del lobby gay por culpa de la muñeca Piluca Pompitas, pero acabará convirtiéndose en un hombre blandengue y afeminado, de ésos que se lavan los calzoncillos sin que su esposa se lo pida. El horror. La histeria juguetera también afecta, aunque más sutilmente, a aquellos padres que aseguran no tener ningún problema en regalar princesas y mochilas rosas a sus vástagos, pero prefieren no hacerlo para evitar que en el cole se rían de ellos. Es importante transmitir a las nuevas generaciones que para ser querido y respetado debemos esconder nuestra personalidad y plegarnos a los gustos de los demás.

En el caso de tener hijas el miedo también existe, claro. Nos va a salir muy marimacho, es muy bruta, etcétera. Pero como, ¡oh sorpresa!, los valores tradicionalmente considerados masculinos están mejor aceptados, parece que el drama es un pelín menor. Si le compran un juego de construcciones a lo mejor se hace ingeniera de mayor. Y con un balón hará ejercicio, que es sano. Si pide coches, una caja de herramientas o soldaditos, ya hay que empezar a preocuparse y vestirla con muchos lazos rosas para compensar sus tendencias antinaturales.

A todo esto, alguien debería llamar a todos los especialistas en teoría de género para decirles que dejen de perder el tiempo investigando y teorizando sobre las identidades sexuales. Todo es mucho más sencillo: tus deseos y atracciones vienen marcados por si de pequeño jugaste con Barbies o con Action Man. Fin de la discusión. Me imagino a todos esos padres con hijos gais ya adultos preguntándose en qué se equivocaron, ¡si siempre le regalaban bombarderos y tractores!

El pánico al hijo marica no solamente hace profundamente infelices a los niños afectados „que deben asumir que son raros y que sus gustos resultan incorrectos„ sino que también presenta un simpático conflicto moral para los papás. Porque claro, aquí todos somos muy modernos y muy tolerantes. Nadie puede acusarnos de homófobos, racistas o anti-torneros fresadores porque tenemos un montonazo de amigos gais, negros o torneros fresadores. Pero la posibilidad de que el machote al que estamos educando no babee por Scarlett Johansson nos perturba sobremanera.

Como la guerrillera ultramuñequista que fui (de pequeña militaba bajo el lema «Nenuca o muerte»), considero que todos tenemos derecho a ese instante mágico de rasgar el papel y descubrir el juguete soñado. En su caja, esperándonos. ¿Qué más da que lleve faldita o casco de bombero? Por suerte, ahora la decisión no depende de una panda de adultos cargados de prejuicios, sino de sus Majestades de Oriente. Tras siglos atesorando sabiduría, seguro que ellos ya tienen claro que todos los juguetes son para jugar, sin importar cómo te llames.

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