Los días invernales de anticiclón se han convertido en un problema. Siempre hemos tenido jornadas anticiclónicas en los meses fríos del año. Numerosos refranes hacen alusión a ello y en amplias zonas de nuestro país el invierno es una estación poco lluviosa, precisamente por el desarrollo de jornadas anticiclónicas. Pero desde hace unos años el anticiclón invernal es un problema. Ocasiona bancos espesos de nieblas que son peligrosas para la conducción. Y en las grandes ciudades aumentan los niveles de contaminación atmosférica porque la estabilidad atmosférica impide la circulación y la regeneración del aire.

Pero el problema no es el anticiclón. Las grandes ciudades del mundo, las que superan el millón de habitantes, se han convertido en focos activos de contaminación por el uso del vehículo particular. La sociedad moderna se ha hecho excesivamente dependiente del automóvil. Incluso en las grandes ciudades donde se han desarrollado medios de transporte público muy eficientes. Pero no es suficiente. Nos empeñamos en llegar al lugar de trabajo o de compras en coche. Hasta la misma puerta si es posible. Y ello genera emisiones de gases tóxicos que, en jornadas anticiclónicas, muestra todo su vigor. Molestan las medidas que los ayuntamientos toman para restringir la circulación de vehículos en el centro de las ciudades. Pero es la única manera de reducir los altos niveles de óxidos de nitrógeno y de partículas microscópicas que se van alojando en los pulmones. Las cifras de muertos por contaminación atmosférica en el mundo son enormes. También en Europa y en España. La contaminación no mata de golpe. Su efecto es progresivo. Y ahora en invierno un simple catarro puede resultar mortal en determinados grupos de edad, porque la contaminación agrava sus efectos. Pero la culpa no es del anticiclón. Es de nuestra contaminación. La que nosotros provocamos a diario.