Dentro de unos días el presidente de los Estados Unidos de América abandonará la Casa Blanca y creo que es este el momento de reconocer y apreciar los claroscuros de su mandato, sin la precipitación de una comisión Nobel y sin la agresividad demostrada por algunos críticos, tanto de la derecha como de la izquierda.

Podría haber escogido el título de «Elogio de Obama» pues es bien cierto que me interesa poco hablar de las personas que no aportan nada y, por el contrario, me gusta escribir sobre aquellos que se esfuerzan por hacer bien su trabajo. Debo confesar que la imagen de Barack Obama bajando las escalerillas del avión que le llevaba a cualquier lugar del mudo, con una sonrisa amplia y con energía, o el Obama capaz de improvisar sus discursos en cualquier situación y delante de cualquier auditorio es algo que me ha producido una sana envidia de los americanos por estar tan bien representados.

No voy a caer en la loa excesiva y, vaya por delante que, no es Obama el presidente que creo necesita mi país pero, no me negarán ustedes que no ha habido color entre él y nuestros taciturnos y balbucientes Zapatero y Rajoy.

Durante estos años hemos visto como Obama tratara de poner freno a los desmanes en política interior y exterior de su antecesor Busch y cómo se acercaba a la Comunidad Internacional para actuar frente al Cambio Climático, a Hiroshima para lamentar las muertes causadas por las bombas atómicas, aunque no pidiera perdón porque su país las lanzara, a Irán para terminar con su aislamiento y acercarlo a las posiciones occidentales frente al yihadismo, o a una Cuba, necesitada de ayuda para avanzar en la democracia sin la excusa de la amenaza imperialista. Entre lo que pudo ser y no fue, la continuidad de esa vergüenza mundial que es la prisión de Guantánamo, la imposibilidad de poner freno al libre acceso y uso de armas de fuego en su país o la imposibilidad de ofrecer un sistema nacional de salud para todos los norteamericanos.

No, no todo han sido aciertos en la política americana de los últimos años pero la firma del Acuerdo de París de 2015 o la abstención de EE UU frente a la condena de los asentamientos ilegales de Israel en Palestina y los territorios ocupados dejan pocas dudas sobre el giro de timón que la política del primer presidente negro ha dado a su país. Lástima que no haya sido capaz de poner coto al racismo y evitar la muerte de ciudadanos negros a manos de una policía no siempre razonable y que, lo peor, no haya sabido ilusionar a sus conciudadanos más allá de su mandato para poder ahondar en las políticas de cambio.