Les hablaba la semana pasada de mis lecturas y de las adaptaciones. De calor y de camellos, mientras media Europa tirita de frío, ese enemigo que se ha demostrado, una vez más, tristemente letal: 83 muertos en diez países. Le ha costado a la prensa hacerse eco de bajadas de temperatura de hasta -20 ºC. Es más adecuado hablar de las anomalías cálidas, generalmente más pequeñas. Más acorde con el tiempo gélido está otra de mis lecturas, «Un viaje a la Antártida», escrito por Sergio Rossi.

Hay lugares de clima tan complejo que son usados por los científicos para investigar las opciones de vida en ¡¡Marte!! Es el caso de los Dry Valleys, los valles secos. Su media de temperatura oscila entre los -20 y -25ºC y, a pesar de estar en la parte exterior del continente, pueden alcanzarse los -68ºC. Los valles de Taylor, Wright y Victoria no están cubiertos de hielo y nieve y se limitan a una extensión de rocas y cantos desnudos. De ahí su nombre. Los valles se sitúan en las Montañas Transantárticas que hacen de bloqueo e impiden la llegada del hielo. Algunas lenguas glaciares se cuelan pero el hielo que se desprende, se sublima: pasa de sólido a gaseoso, dada la escasa humedad, motivada por los potentes vientos catabáticos que pueden superar los 300 km/h. Formados en el helado centro del continente, su frialdad los hace especialmente densos por lo que caen por gravedad hacia el exterior.

Los valles fueron descubiertos en 1903 por el malogrado Robert Scott en su primer viaje a la Antártida a bordo del Discovery. El propio Scott los bautizo como el «valle de la muerte», pero incluso aquí, la vida encuentra algo a lo que agarrarse: líquenes, musgos, microbios o nematodos (gusanos microscópicos), en suma, extremófilos, organismos que viven en condiciones extremas. Marte en la Tierra.

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