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Rostro humano

Leyendo a la Nobel Svetlana Aleksiévich compruebo hasta que punto, en los momentos de tránsito político, las sensaciones de la gente se parecen aunque vengan de culturas, lenguas o herencias muy diferentes. Son respuestas emocionales ligadas a la esperanza, claro, que es, con el olvido, un resorte de supervivencia. La escritora ordena, templa y armoniza su amasijo de voces para crear, a partir de la algarabía, un relato coral hechizante, un poco al modo de lo que hicieron en el cine Berlanga y Robert Altman.

Como los puristas se levantan cada mañana con un prurito distinto en las mucosas, han intentado minimizarla como «periodista», pero Aleksiévich es, sencillamente, una escritora colosal y trasmite con brío aquella revolución de las cocinas, cuando las lenguas que siempre habían practicado el susurro, se desatan y encabritan y la gente lo espera todo de Gorbachov y, más tarde de Yeltsin, no se pierden una manifestación ni un debate televisado, ni la actuación de una estrella pop largamente esperada, ni un mercadillo de ropa occidental de segunda mano en el Moscú vertiginoso de los noventa ¿Les suena? Pues claro, con algunas dosis de color local, es lo que sentimos en la Transición, la atmósfera limpia y agitada de las revoluciones de terciopelo, naranja o lima-limón, tanto da, o lo que se respiraba en aquellos años en que los chilenos se iban librando, aunque fuese gota a gota, del gorilón Pinochet.

Luego sobrevino un desaliento general (aquí se llamó desencanto). Pero ¿qué esperaba la gente? Pues, como expresan tantas y tantas voces de la coral rusa de Aleksiévich (y la coral sigue como arquetipo inextinguible, aunque se hundan en el Mar Negro los joteros de los coros del Ejército Ruso), lo que piden, digo, es un socialismo de rostro humano, el que se ensayó y fue sofocado en Checoslovaquia. El que creó, como aliento ideológico, la sanidad y la escuela pública, la jubilación y las vacaciones pagadas. Siempre bajo la sombra fresca de la libertad. Algo así como Escandinavia pero corrigiendo los excesos de orden y método con algo de anarquía creadora y capricho generoso. Qué cosas, ¿no?

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