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Festejos por Sant Antoni del porquet

Apenas concluido el largo ciclo festivo navideño, transcurridos los imprescindibles días de descanso, se vuelve a la carga con más fiestas, este mes las de san Antoni del Porquet, san Sebastián, san Valero y san Vicente Mártir. Para hacer boca, la rompedora del nuevo año, la de san Antonio Abad. Tres centenares de municipios valencianos celebran con todo esplendor las fiestas de sant Antoni del Porquet, desde antiguo el santo más popular de los del calendario litúrgico, teniendo un mayor arraigo generalizado en los pueblos del interior, donde conservan su imagen hasta en los establos y cuadras donde se guarda el ganado, cuya protección se le ha advocado siempre dado el carisma que se le atribuye de velar por la salud de los animales.

Denominador común de estos festejos ha sido el fuego, las hogueras encendidas en sus vísperas, que remiten a las de las tribus ibéricas celebrando los solsticios de invierno y que la Iglesia cristianizó arrimándolas a su ascua. Como la devoción a san Roque, la de san Antonio nos bajó desde los territorios de la Corona de Aragón hoy en el sur de Francia y la introdujo en el Reino de Valencia (siglo XIV) un Obispo de Tortosa, expandiéndose primero por las tierras castellonenses de su jurisdicción.

De ahí que en Morella y Els Ports sea sant Antoni del Porquet ampliamente festejado con ancestrales tradiciones que arrancan del medioveo, de donde proviene la costumbre de criar un cerdo que deambula todo el año por las calles del pueblo en busca de comida y que luego es destinado a manjar común o de beneficio. En esta parte isla del territorio valenciano es donde mejor se conserva las tradiciones autóctonas, sus gentes por fortuna tienen el espíritu anclado en los más inmemoriales tiempos de nuestra historia.

En 1388, el rey Juan I aprobó la constitución en Morella y sus aldeas de la Confraria de sant Antoni (Forcall, Cinctorres, Portell de Morella, Vilafranca, Catí, Vallibona i Castellfort), la cual sería integrada sólo por hombres casados. Desde entonces, organizan y mantienen la fiesta que es todo un anticipo y primoroso, nervioso, prólogo del Carnaval, un totum revolutum de bailes, juegos, espectáculo teatral que versa sobre la vida de san Antonio, con rituales mágicos incluidos y la el final de la cremà de la barraca. Un bullicioso caos en honor al recogido y silencioso santo anacoreta.

Por navidad los hombres van en tropel al bosque en busca del «Maio», conjunto de los mejores pinos que encuentran con los que construir la barraca a convertir en hoguera, mientras las mujeres se afanan en preparar sus típicos guisos y dulces.

Los pregoneros de la fiesta son los botargues, dos demonios, que recorren el pueblo con un esquellot, enorme cencerro. El guión teatral es: San Antonio lucha contra las potencias del mal y el caos, siendo vencido por los demonios/botargues, que le detienen y encarcelan en la barraca en llamas, muere y resucita, y el pueblo rompe en fiesta traducida en un desfile de caballerías por las principales calles. El primer majoral vestido con capa y sombrero lleva el estandarte del santo. Le siguen el resto de mayorales, vestidos igual y con una antorcha o hacha en la mano, seguidos de jinetes con antorchas y el resto de animales domésticos. En la casa Abadía, el párroco bendice los animales y la gente es obsequiada con «coquetes de mitja lliura».

Cumplida la parte profana, llega la religiosa, misa solemne y procesión, algunas veces con obispo incluido, el de Tortosa, en la que los Mayorales elegidos cada año por la Cofradía portan los estandartes del santo.

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