Nos han dado, con el índice de lectura, el vergajazo de todos los años. Han vuelto a decir el porcentaje vergonzante, la cifra ominosa de los que no han abierto un libro en todo el año. Esto, por descontado, sólo es mera fórmula, simples calificativos de circunstancias, una frase como cualquier otra para empezar el artículo, porque los ilegentes, en realidad, no se avergüenzan de su condición, y a los demás el asunto les importa un bledo. Quizá intuyen que media España leyendo con cierta regularidad es un dato excelente que basta para enorgullecernos a todos, un motivo de optimismo general, excepción hecha de los libreros. Ellos, claro, aspiran al cien por cien, aunque no precisamente por idealismo cultural. El caso es que los motivos de preocupación con respecto a la lectura no están, de haberlos, en la cantidad, sino en la calidad. No importa que lean pocos „y aquí no son pocos porque llegan al sesenta por ciento„; importa que los que lean lo hagan sobre buena literatura. He aquí el dato que nunca nos dan, la prospección que nunca se hace.

Al parecer, les interesa conocer cuántos lectores hay porque sirve para el negocio, pero no les interesa conocer qué leen porque no sirve para nada, con lo que podríamos tener un ochenta por ciento de individuos deglutiendo las hamburguesas de Ken Follett, Dan Brown o la Tellado, intoxicándose la mente con las hambres, los crepúsculos o las greyes y el gremio tocando platillos y castañuelas. Nos han dicho que un cuarenta por ciento del censo no ha leído un libro en todo el año, pero no nos han dicho qué libros ha leído el resto. Y puede que hubiera sido más enriquecedor, para nuestra cultura colectiva, que muchos de los que han leído algo hubieran empleado su tiempo en dar paseos al aire libre, cortar leña, esquilar al perro, escuchar música o aplicarse con fruición a las tareas domésticas. Hay literaturas perjudiciales como hay alimentos nocivos; lecturas que inculturizan o desculturizan; sintaxis aberrantes e ideas perláticas que angostan las inteligencias y consumen los raciocinios. No nos digáis cuánto leemos, decidnos qué leemos y sabremos qué sociedad somos.