Hemos vivido unas Navidades plagadas de acontecimientos de interés general. Por un lado, la peatonalización del centro de Madrid, combinada con las medidas del Ayuntamiento de Madrid para restringir el tráfico rodado en la ciudad, dirigiendo a muchas personas a buscar alguna alternativa en el transporte público. Además, hemos asistido con emoción e incertidumbre, como todos los años, a la cabalgata de Reyes que tuvo lugar en Madrid en la tarde del día 5. ¿Cómo irían vestidos los Reyes? ¿Estilo clásico? ¿moderno? ¿rompedor?
Luego, esta misma semana hemos vuelto al trabajo con una terrible noticia; una cadena de cafeterías de Madrid, especializada en perritos calientes, ha tenido que echar el cierre. Y el hecho de que yo nunca hubiera oído hablar de tal emporio (Nebraska, se llama la cadena) hasta que los medios anunciaron el sonado acontecimiento no debería minimizar el impacto que tuvo sobre mí. Ya me había costado recuperarme del cierre del mítico Café Comercial, también en Madrid, del que tampoco había oído hablar hasta que los medios anunciaron con bombo y platillo su final (y meses después, su lozano resurgimiento y reapertura).
Todo esto nos lo cuentan los medios de comunicación nacionales, casi todos ellos (o al menos, todos los que nos trasladan estas historias) radicados en Madrid. Periódicos, radios y televisiones bombardeando día tras día sobre historias madrileñas para el conjunto de la población. Mientras tanto, y correlativamente, las cosas que pudieran estar sucediendo en otras partes del país nos llegan en menor medida; o llegan malamente, con sesgos e inexactitudes; o, directamente, no llegan.
Y esto, contrariamente a lo que se suele decir (desde luego, desde Madrid; pero también desde otros lugares), no es, en absoluto, una cuestión menor. Es una distorsión importantísima, y con profundos efectos -negativos- sobre la vertebración y cohesión social, política y económica del país. Es una forma de centralismo tan importante, y determinante, como la que nos lleva a un sistema radial de AVEs o a un modelo de financiación autonómico como el que padecemos.
Un modelo mediático centrado en Madrid y que ignora a la periferia sólo puede generar disfunciones entre el centro y la periferia. Un centro fuerte puede seducir a muchos ciudadanos, pero también provoca el alejamiento de otros tantos. Un espacio público centrado perennemente en Madrid, en lo que en Madrid sucede y -sobre todo- en lo que se comenta, se opina y se debate en Madrid, conlleva todo tipo de desigualdades y efectos perversos sobre el conjunto de la población. Sobre todo, porque no hablamos sólo de noticias periodísticas. También de opiniones, puntos de vista, análisis, decisiones políticas; incluso visión del mundo. El madrileñismo también está tan fuerte como siempre en las narrativas audiovisuales de ficción, por ejemplo, donde todo lo que importa, o casi todo, transcurre siempre en Madrid y «desde Madrid».
Y no olvidemos, finalmente, que Madrid, si incluimos su área metropolitana, tiene cinco millones de habitantes, es decir: la novena parte de la población española. No estamos, desde luego, ante un caso como el de Buenos Aires (que prácticamente concentra la tercera parte de la población de Argentina). Pero tampoco como el de París o Londres (que concentran, más o menos, el 20% de la población de cada país).
De hecho, si buscamos una región con un peso demográfico similar al madrileño, enseguida sale a colación una; ¿adivinan cuál? Exactamente: la Comunidad Valenciana, siempre tan infrarrepresentada en los medios nacionales. Y, sobre todo: representada con un sesgo negativo, de valencianos corruptos que están siempre quemando cosas frívolamente y buscando salidas rápidas y fáciles para sus problemas, en lugar del duro trabajo, el rigor y la seriedad, tan propios de Madrid (recuerden esos tiempos míticos en que la culpa de la quiebra de Bankia era de Bancaja, mientras que Cajamadrid se antojaba un modelo de gestión virtuosa).
