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Pocas nueces

El balance que puede hacerse de los ocho años de Barack Obama es más que deprimente: creo que se puede resumir diciendo que se ha notado muy poco que hacía ya ocho años que no mandaba Bush Niño. Más viejo y encanecido, Obama conserva su percha envidiable, su estampa filiforme, como soporte de credibilidad añadida -la buena presencia que decían nuestra madres- de una voz cálida, persuasiva, de predicador baptista. Y de los más eminentes. Al final ha ocurrido lo que más nos temíamos: que todo se limitara a una operación de imagen de éxito planetario.

El Nobel de la Paz de los noruegos le llegó, es lo menos que puede decirse, de un modo prematuro y precipitado para quien ocho años han sido pocos para acabar con la infamia de Guantánamo, menos letal pero más cruel que los campos de concentración nazis. No ha sido capaz de acabar ni con los conflictos que heredó ni con los que concibió, alentó y estrenó, lo mismo en Libia que en Siria, lo mismo contra el Estado Islámico que con su colaboración. Si la guerra la hacen por los motivos que dicen, los motivos son falsos y de los ciertos nada nos cuentan. Pero en esa cadena de mentiras, algo está muy claro: las miles de víctimas, su dolor, son totalmente ciertos, engordan cuentas estremecedoras.

Un dolor tan cierto como la impotencia europea: nadie pareció capaz de decir no a las aventuras militares al sur del mar que también es el nuestro y, en consecuencia, al norte de ese mar cargamos con la presión de los refugiados. Quien se comporta con deshonor, sólo por el cálculo de beneficios, carga con el deshonor y el aumento de costes sobrevenido. Aún habrá gente que se sorprenda del patinazo electoral de la muy dilecta sucesora de Obama, Hillary Clinton: la pretenciosa, arrogante, cursi y militarista Clinton que pedía un dron para acabar con Julian Assange. Como los malos estudiantes, en vísperas del examen final, Obama ha querido hacer méritos de última hora: cargando, contra rusos y israelitas. Y si es que, en realidad, manda muy poco, se abren otros interrogantes sembrados de desasosiego.

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