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El abanico español fue siempre valenciano

Impresiona y llama la atención en Aldaia -bressol del palmito-, la Casa de la Llotjeta, situada frente al templo parroquial más antiguo de la población, construcción del siglo XVII, antigua casa solariega de los Condes de Nules, que tras ser restaurada y salvada de su ruina, aloja hoy el único Museo del Abanico que hay en España.

El museo consta actualmente de dos centenares de abanicos cedidos por los artesanos y coleccionistas y de instrumental de su fabricación. La muestra didáctica explica la historia del abanico y su producción con la consiguiente evolución. La muestra es un recorrido didáctico por la historia del abanico y su encarnación en tierras valencianas. Hay visitas guiadas e individuales y existen folletos explicativos, lástima que ilegibles por el tamaño de la letra impresa. Una treintena de talleres artesanales de abanicos hay en la actualdad en Valencia y pueblos próximos (Godella, Alaquàs, Xirivella, Quart de Poblet?) de su huerta, teniendo su capitalidad en Aldaia donde residen 17 de ellos, hecho que le acredita meritoriamente como cuna del prestigioso abanico español, que histórica y tradicionalmente ha sido valenciano. Carlos Sarthou Carreres, cuando visitó a principios del siglo pasado Aldaia para referenciarla, encontró «muchas fábricas de varillaje para abanicos».

Aunque los historiadores del ramo se empeñan en situar el origen de los abanicos en Egipto y China, hay que recordar que en las milenarias cerámicas ibéricas halladas en sant Miquel de Llíria, cuna de las tribus edetanas y primer poso de la cultura valenciana, ya aparecen pintadas figuras femeninas abanicándose.

En la «Crónica» del rey Pedro IV de Aragón, el del Punyalet o Ceremonioso, siglo XIV, hay referencias a nuestros abanicos en los saraos palaciegos. En el XV, también están documentados artículos de lujo e indumentaria en las cortes de reyes y nobles. En el XVI, inventado el abanico plegable se abandona el rígido. Los abanicos valencianos alcanzaron gran predicamento en el siglo XVIII. Una buena colección de estos los podemos contemplar en el Museo del Coleccionismo de la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid.

En 1797, el rey concede el título de Real Fábrica de Abanicos a un taller de cierta importancia sito en la calle Caixers, junto a la Lonja de la Seda, propiedad de Josep Eransy Nicolau. El otorgamiento significaba que podían ostentar el título con el escudo real. En el siglo XIX, paralelo al auge de la industria artesana del abanico nace el Gremi de Palmiters, hoy aún existente. Entre ellos destacan los apellidos Puchol, Mateu, Carbonell, Colomina... La saga de los Carbonell sigue con los abanicos aún en su tienda de la calle Castellón, junto a la plaza de Toros, actividad que iniciaron en 1810. Paula Carbonell la heredera de la dinastía está revolucionando el abanico con dibujos vanguardistas sobre sedas pintadas a mano. Sus clientes son de EE UU, Argentina, Brasil, México, Filipinas, toda Europa o Japón.

El de mayor renombre fue José Colomina Arquer (1809-1875, quien impulso tanto esta industria artesana que Isabel II le distinguió como proveedor de la Casa Real, mientras que Amadeo de Saboya le otorgó el título de Marqués de Colomina. Revolucionó en sus fábricas la producción de abanicos con esmerados varillajes de nácar, marfil, hueso o maderas de sándalo y ébano, consiguiendo excelentes labrados y calados. No hace muchos años, Miguel Angel Catalá Gorgues logró que en el Museo Nacional de Cerámica González Martí se hiciera una muestra de un centenar de abanicos de dicha época que conservan sus descendientes. Hace un siglo el censo valenciano de artesanos del abanico ascendía a la cifra de 20.000 personas. A mediados del siglo pasado se contabilizaba medio centenar de talleres, ahora andarán por los 30. Producían abanicos terminados y varillaje. Para las varillas se empleaba maderas preciosas importadas principalmente de Cuba: ébano, palo santo, palo rosa, caoba, caobina y sándalo, además de marfil, nácar, nacarina y hueso. Hacían verdaderas filigranas de marquetería y las telas resultaban esbozos de hermosos lienzos.

La especialidad valenciana era el abanico de fantasía muy demandado en Francia, Italia, Suiza, Inglaterra y Austria. A través de Cuba y el Caribe, la industria abaniquera valenciana se abrió paso en América. Había abanicos sencillos y también de gran lujo, trabajos de orfebrería que exigían hábiles manos y mucha paciencia, buenas cualidades artísticas para la labra de las varillas en los tornos, sierras, fresas, taladros y barrenas finas de los pequeños tallercitos. Los más complejos y artísticos exigían la concurrencia de diversos oficios artísticos: cinceladores, joyeros, pintores, grabadores, bordadores, engastadores, encajadores?

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