Una propuesta programática es un autorretrato y, en el peor de los casos, una confesión. Cada una de las palabras que se escriben en ella es sintomática. Dice sobre todo de quien la escribe. Si nos pusiéramos pedantes diríamos que, como todos los elementos intelectuales de la política, una propuesta es un índice y un factor. Un índice, porque describe la realidad; un factor, porque es una herramienta para transformarla. Pues bien, muchas veces sin saberlo, es un índice ante todo de la personalidad del autor. No nos describe tanto la realidad tal y como él la ve, sino que se retrata sobre todo a sí mismo. Sólo si nos damos cuenta de esto, podremos valorar su dimensión de factor, su capacidad de cambiar las cosas.

Si analizamos con esta premisa las dos propuestas programáticas de Errejón y de Iglesias, percibimos que estamos ante dos autorretratos. Iglesias demanda diputados que sean activistas, lo que es casi pedir círculos cuadrados. Parece que no entiende de división de trabajo, ni de delegación. Pedir imposibles es una manera de emperrarse en sus propias fantasías, una de las formas propias de la mente infantil. Pero si preguntamos por el sentido de la militancia de esos diputados activistas que busca Iglesias, de repente nos encontramos con un trabajo inusual: cavar trincheras. Este escenario de guerra nos habla de un espíritu de derrota: se prepara la resistencia. Lo que se confiesa con ello es que no se volverán a tener los resultados del pasado mes de junio y que, ante los malos tiempos, se busca el trabajo defensivo.

Me dicen que Iglesias creció en el alto páramo soriano. Si es así, lleva sangre numantina en sus venas. Pero ya conocemos el triste desenlace de aquella historia, tan española. Al proponer a sus militantes y votantes este esquema de juego, Iglesias está retratándose: se ve volviendo a la resistencia, que es de donde obtuvo la fuerza para su larga travesía del desierto, pero nos confiesa que no puede aumentar sus votos, ni arrastrar más fuerzas, ni pasar a la ofensiva; que no contará con más apoyos, salvo que ocurriera un milagro. Pero ya se sabe, mientras se espera el milagro, lo primero que se juega en las trincheras es quién ocupará la zona de confort y quién peleará con las ratas, el frío y el hambre, a la intemperie. Quizá por eso, y mientras lanza proclamas de acuerdo intragables, sus oficiales van día a día echando de sus puestos de trabajo a los militantes opositores que han entregado su vida a Podemos en los últimos años, y lo hace con la mano de hierro de quien ya sólo puede demandar sacrificios. La estrategia de la trinchera es la propia de quien aspira a la supervivencia. ¿Pero nació Podemos para encarnar este espíritu conservador?

No. Esto es seguro. Todo lo demás de la propuesta de Iglesias es prescindible. Pues la integración de elementos políticos de la lista alternativa, las invocaciones al pacto, los propósitos de enmienda, definen la estrategia del abrazo del oso, y no son coherentes con lo único importante: Podemos, bajo la única dirección de Iglesias, sufrirá un estrechamiento político que expulsará de su seno a los que podrían forjar una formación representativa de la sociedad española. La sugerencia de que con ello se volverá al 15M es una coartada estéril por varios motivos. Primero, porque es más importante atender las demandas de cinco millones de votos que recuperar las movilizaciones del 15M. Segundo, porque las movilizaciones no se determinan por decreto ni por programa. Tercero, porque la inmensa mayoría de aquellas movilizaciones reclamaban cambios legislativos y ejecutivos, cosas estas que no se hacen resistiendo en las trincheras. Así pues, al definir esta estrategia, Iglesias se retrata. Dibuja lo que sabe hacer, lo único que puede hacer, y define un espacio en el que solo caben los suyos, no la mayoría de la ciudadanía española.

La propuesta que presenta Errejón habla de ofensiva, de conquistar la confianza de la mayoría, de transformar la realidad donde esta se transforma de verdad y de principio, en la política que cambia las leyes y las normas. Y habla de que la agenda española no se puede confundir con las aspiraciones de grupos minoritarios de virtuosos obsesionados con la destrucción del PSOE. Esa vieja batalla es reaccionaria. La propuesta de Errejón comprende que, para llegar a transformar la realidad, será preciso forjar acuerdos con otras fuerzas políticas y propone un campo de batalla abierto. Las trincheras son un espacio estrecho y la memoria de los combatientes en ellas nos habla de largos periodos de aburrimiento, de cansancio, de tedio, atravesados por las escabechinas de los lanzallamas del enemigo. Acostumbrados a las trincheras, allí los combatientes hacen las cosas más raras. En ellas, Wittgenstein escribió los brillantes aforismos del Tractatus, y Rosenzweig su fascinante Estrella de la redención. Algunos, en otras trincheras hispánicas de resistencia más recientes, se entregaron a los placeres de las tarjetas black. ¿Este es el escenario de resistencia que propone Iglesias? ¿Dónde está el espíritu de victoria que fue la promesa de Podemos?

No se trata de derecha, ni de izquierda, ni de moderación, ni de radicalidad. Se trata de que cuando la consigna consiste en resistir, sólo se dice media verdad y se calla la otra media: la confesión de una derrota ya segura, aunque aplazada y retrasada. Este es el único horizonte que ofrece Iglesias. Por eso la diferencia entre las dos propuestas programáticas, la de Errejón y la de Iglesias, no es un asunto de personas; ni tampoco es un error, como dice Montiel, concentrarse en esa dualidad. Mantenerla es necesario porque refleja la oposición entre un espíritu que ya está derrotado frente a otro que ofrece escenarios de victoria. Y esto es lo que tienen que preguntarse los votantes de Podemos en los próximos días: ¿quién eleva el compromiso de avanzar, de aumentar las fuerzas de cambio, de llegar a acuerdos capaces de alcanzar la mayoría social y política que requiere la presente situación española y europea; quién lucha por lo nuevo, por el futuro, y quién se aleja de modelos de acción que ya sabemos lo que han dado de sí?

Los estratos más empobrecidos de la población española no por eso están más inclinados a la radicalidad verbal de una política que es más bien gozo psíquico exclusivo de determinadas minorías instaladas en posiciones sociales cómodas. Y es responsabilidad de los estratos más preparados de nuestra sociedad organizados por Podemos ofrecerles al menos dos garantías: que su política estará diseñada para mejorar sus condiciones de vida, y que lo harán de tal manera que nadie pierda posiciones sociales. Esto sólo se garantiza en una lucha política con socios y aliados hasta llegar a una mayoría. Y esta lucha política ya no la pueden dirigir los funcionarios del PSOE. No tienen espíritu, coraje, ni unidad para hacerlo. Podemos se embarcó en una lucha estéril cuando quiso sobrepasar al PSOE. Esa batalla histórica ya está ganada desde junio de 2016, porque una corporación de burócratas de la política no puede ganar batalla alguna.

Y por eso la lucha interna a Podemos es tan importante. Definirá un actor político y un grupo humano comprometido forjado en el combate, no un grupo de prebendados de cargos públicos, como hasta ahora viene siendo la clase política española tradicional. Pero en realidad esa lucha tiene ya ganador y perdedor. Iglesias contó con el cien por cien del partido y ahora no tiene ni la mitad. Su tiempo ha pasado. Y por eso eleva la bandera de la resistencia y la trinchera. Sólo quien haga ondear la bandera de la mayoría y de la victoria unirá voluntades y ganará.