Cuantas más cosas se cuentan del desastre del Yak42, más crece mi sensación de que estas cosas se sabían pero no se consideraron materia narrativa hasta que el Consejo de Estado ha señalado al Ministerio de Defensa. No creo que para contar una cosa haya que referirse al Consejo de Estado, mejor a Truman Capote o a Norman Mailer. Alguna vez aprenderemos que defender un Estado no es secretear, sobre todo si eres periodista, con sus chapuzas, sino exigir su reparación (dentro de lo posible). El caso es que de este vuelo casi nada se sabe, y eso que tienen papeles. No se sabe cómo de los 140.000 euros reservados para este gasto, llegaron, después de pasar por cinco intermediarios, solo 25.000 a los dueños del avión; los aviones, por lo visto, pese a ser tan visibles, alquilarse por unidades y no venderse por quilos, pasan por más manos que los melocotones.
De los más de cuarenta vuelos anteriores con destino Afganistán no se sabe ni eso. Nada. Y si ese maltrato lo reciben los miembros de las Fuerzas Armadas (62 muertos), calculen qué nos puede pasar a quienes no se nos considera un pilar de la patria. Bueno, la prensa libre también es otro pilar de la sociedad abierta, se suele decir, y habría que llamar a un ingeniero para ver como anda de sustentación, ya que empezamos hablando de aviones. Los ministros que estaban en el secreto casi han justificado las triquiñuelas y las más que probables raterías, con el argumento de que la guerra en Irak y Afganistán no era muy popular y había que hacer las cosas con discreción y de repente, cuando el soberano estaba en la playa o envuelto en las burbujas del cava.
Más a nuestro favor, haberse abstenido, sobre todo, de decir mentiras: no hay misiones militares de paz, todas las misiones militares son de gente en armas (y el militar no las decide, incluso cuando son inevitables o convenientes). Para misiones pacíficas las de Cáritas o Médicos sin fronteras. Sobre todo no se me va de la cabeza que el desastre (evitable) se produjo el mismo día de un triunfo electoral del PP. Si es que están empeñados en deslucir todos sus éxitos. Como los muertos (civiles) del Metro.
