L a política es cruel para aquellos que levitan y sólo confían en los consejos de su querido espejo cuando se afeitan. Es propio de los que tienen una alta dosis de autoestima. Hace un año, PSOE y Podemos arrancaban con la posibilidad de que Pedro Sánchez fuera presidente de un gobierno imposible y Pablo Iglesias se debatía entre imponer su vicepresidencia e incontables ministerios o forzar unas segundas elecciones para hacerse con el liderazgo de la izquierda y rematar al PSOE como ya hizo después con Izquierda Unida. Pasado un año, Pedro y Pablo no se reconocen en el espejo de su cuarto de baño. Uno sin trono y el otro con su liderazgo discutido. El primero recorre con más pena que gloria las carreteras españolas en su gira previa a las primarias tras hundir al PSOE hasta los 70 diputados. El segundo ha cambiado su proclamado «asalto al cielo» por un «asalto sin debate a Vistalegre II», con purgas internas de errejonistas y con el partido fraccionado.

Podemos, que nació fruto de la gran crisis política, económica y social que sacudió a España, está en crisis. Llegó con mensajes simples, entendibles por cualquier ciudadano que pasaba frío en la calle o en la cola del paro. Entendieron la oportunidad de que simplificando los mensajes con unas cuantas ideas de corte populista podrían convencer a una ciudadanía indignada con los partidos tradicionales. Eso fue ayer.

Hoy, la división interna en Podemos es pública por las diferencias sobre el modelo de partido, su relación con otras fuerzas de izquierdas y la forma de actuar en las instituciones. Durante estos últimos días se han conocido, más allás del cruce de declaraciones, tres documentos que han elaborado las facciones organizadas en su seno y que confirman el riesgo de fractura interna y una contestación al liderazgo casi mesiánico de Pablo Iglesias. En juego hay dos modelos mayoritarios y divergentes a la hora de entender al partido que encabezan Íñigo Errejón e Iglesias, y un tercero minoritario de la Izquierda Anticapitalista cuya voz la ponen la andaluza Teresa Rodríguez y el teórico Miguel Urbán.

Iglesias se impuso por la mínima a Errejón en la consulta a las bases para establecer las reglas del juego de Vistalegre II, la segunda Asamblea Ciudadana del partido, que se celebrará en febrero y en la que se sentarán las bases del nuevo rumbo que seguirá la formación morada y en la que se elegirá su nueva dirección. Para esta cita, el secretario general acudirá con una ponencia titulada «Plan 2020: ganar al PP y gobernar España», con un modelo de partido girado a la izquierda, populista y con el objetivo de enterrar (sin cal viva, se supone) al PSOE. Errejón propone un partido más «amable», transversal, que respeta a las instituciones, dando protagonismo al debate parlamentario frente al «circo político» al que juegan Iglesias o Carolina Bencansa... y con la pretensión de seducir a los votantes desencantados del PSOE con mensajes menos radicales y objetivos más posibilistas. Dos ideas opuestas: la izquierda-radical de Pablo Iglesias y una izquierda reformista sin miedo a juguetear con la socialdemocracia de Errejón se enfrentarán en Vistalegre sin atisbos de un mínimo pacto que no dañe al proyecto.

El panorama en el PSOE no es mucho mejor, aunque está lavando su imagen con una oposición útil en el Congreso: subida del salario mínimo, techo de gasto, derogación de la Lomce, cláusulas suelo... Una tesis y una posición política que siempre se defendió desde el PSOE andaluz ante el intento de Pedro Sánchez de organizar un gobierno multicolor sin más pretensiones que la dormir en La Moncloa aunque tuviera que ceder todo lo posible a los nacionalistas. Alguien le susurró al oído que para ser presidente de España no hacía falta ganar elecciones. Entonces se miró al espejo, se lo creyó y fue tal su delirio que rompió con toda la vieja guardia (González, Zapatero, Rubalcaba), traicionó la confianza de los barones que le apoyaron y antepuso su proyecto personal al del conjunto del partido, si es que había alguno.

El PSOE trata ahora de recomponer los escombros en los que quedó la sede de Ferraz tras el tsunami orgánico de octubre. El sábado se inició de forma oficial la carrera para liderar al PSOE con un primer contendiente en liza. El exlehendakari Patxi López no quiere ceder ni un segundo de ventaja a Susana Díaz y el domingo ya presentó su candidatura pese a que la andaluza controla la mitad de la organización en España y casi toda Andalucía.

Díaz no tenía pensado hacer pública su candidatura hasta que estuviera elaborada la ponencia política del congreso de junio y se convocara de forma oficial las primarias en marzo o abril. La rápida maniobra de López podría obligarle a cambiar su milimétrico guión para tratar de hacerse con el control del partido. Ahora ya sabe que tendrá un rival, a la espera de que Pedro Sánchez mire si la credibilidad de su cuentakilómetros puede aguantar más carreteras. La idea de la secretaria general del PSOE andaluz era recorrer durante los próximos meses España con su aguja mágica para ir cosiendo los rotos del partido. Empezaba esta semana con una gira para visitar afiliados y simpatizantes en Salamanca, León, Palencia..., y así hasta tejer una tupida red que le proporcionara el salto a Madrid con cierta malla de seguridad.

Los que la conocen bien (pocos) admiran cómo controla los tiempos, pero el precipitado anuncio de Patxi López podría modificar su esquema. Tenía diseñado quedarse como presidenta de la Junta de Andalucía, subir sin oposición a Madrid, arreglar su sucesión orgánica en Andalucía y esquivar las críticas por estar en Madrid y en Andalucía. Lo que ya sí sabe Díaz es que ahora no dispone de mucho margen para simple declaraciones de «estaré donde quieran mis compañeros» y debe pasar a la acción. Sabe que se le han agotado los recursos intermedios: o se sube al tren o se queda como Penélope en la estación, con la mirada perdida y el gesto congelado.