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Traición técnica

Como la música es un arte impregnado de sentimentalismo (y nada malo puede pasarnos en la danza giróvaga del vals del concierto vienés de Año Nuevo, entre bailarinas, gente guapa, arañas de cristal y molduras de pastelería), como la música es tu mejor amigo hasta el final (Jim Morrison), desconfío de mis recuerdos, de mi memoria musical. Cuando salió el CD pensé que tenían una carga mayor de agudos, que descuidaban la calidez de los graves y que para un mismo nivel de calidad, sonaban mejor los vinilos. Consulté con algunos técnicos que me miraban como se suele mirar a un campeón de las aprensiones. No hice más preguntas y regalé mis discos de 33 rpm para ganar espacio en casa.

Luego viviríamos la primera traición tecnológica de la edad contemporánea: de los tres sistemas de vídeo, se impuso el peor ya que el comercio así lo dispone: la moneda mala desplaza a la buena. No sería la única traición, volveré sobre el tema. Ahora leo los artículos de dos ingenieros de sonido (uno español y el otro mejicano) y aunque no estoy seguro de haber entendido todas sus precisiones, está claro su sentido: en la guerra por conseguir que tu disco suele más alto que los otros, se comprime la señal, se rebasa la capacidad del soporte digital y se recortan los picos de esa misma señal con lo que el sonido pierde dinamismo, se embrolla y aplasta. Nadie quiere dar un paso atrás y respetar los límites, no vaya a sonar su tema como una oración musitada.

Dicen que en la radio suena tanto la música de los 80 porque la técnica era pre-digital y el trabajo de los ingenieros, artesano: el sonido llega lustroso, lleno de relieve. Gasté las primeras mensualidades del primer trabajo decente que tuve en comprar un equipo de alta fidelidad, como se decía entonces. Disponía los altavoces según una triangulación pitagórica y buceaba en el Mar de la Tranquilidad de toda clase de solfas y así remitían las tensiones, se acunaba el alma, se elevaba el espíritu y fundido todo en una pasta mucilaginosa en la que las piedras de volvían hongos y los dolores, méritos de guerra, me disolvía yo mismo.

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