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El dedo índice

En la era global de los populismos, hay que recordar con el premio Nobel Joseph Brodsky que la parte del cuerpo más peligrosa es el dedo índice.

Barack Obama se despedía entre lágrimas en Chicago, mientras se filtraban presuntos dosieres rusos sobre Donald Trump que, a la vez, resultan verosímiles y poco creíbles. En una época de shitstorms o „literalmente„ de tormentas de mierda, la sospecha siempre termina afianzando el estado de duda frente al poder. Fukuyama sostuvo, al caer el muro de Berlín, que la Historia había terminado gracias al triunfo del modelo liberal, pero no tenía en consideración el desgaste interior de la democracia a manos de un renovado populismo. Cuando los siglos juzguen la presidencia de Obama, recordarán que su sucesor se llamó Trump y tal vez den más valor a ese dato que a la recuperación económica que se vivió durante su mandato, la muerte de Ben Laden o la ampliación de la cobertura del seguro médico a millones de estadounidenses.

Una de sus paradojas será, sin duda, que al presidente más cerebral que ha conocido Estados Unidos en las últimas décadas le seguirá el hombre que supo canalizar el resentimiento y la desconfianza de las amplias clases medias blancas de su país. Si la democracia es también «un régimen emocional», como observa atinadamente Manuel Arias Maldonado en La democracia sentimental, el populismo consiste sobre todo en el cultivo masivo y descontrolado de las emociones del votante: Obama llora en su despedida, Trump manda callar a los periodistas incómodos. Viejos tiempos, nuevos tiempos.

La era populista amenaza con liquidar muchos de los límites y certezas que hemos dado por inamovibles durante la segunda mitad del siglo XX. Algunos teóricos hablan ya abiertamente de un proceso de renacionalización de la soberanía: en nuestro caso, menos Europa como solución a la enfermedad social. Son movimientos espasmódicos sobre un castillo que ahora resulta ser de naipes. La racionalidad de los actores económicos frente a la inestabilidad de la Historia, azotada por la angustia y el miedo. Cabe pensar que los populismos de derechas son básicamente movimientos defensivos y los de izquierdas visiones de la utopía.

En 2017 se van a celebrar en Europa tres elecciones decisivas: en Francia, Alemania y Holanda. De las tres, el caso más peligroso „por su posibilidad de convertirse en cisne negro„ sería Holanda. La centralidad y el peso de Francia y Alemania las protegen ante la tentación de una ruptura, ya que salir de la zona euro debilitaría demasiado su posición internacional. Holanda constituye, sin embargo, un supuesto distinto: un país abierto, pequeño y rico; de tradición atlantista y sede de un buen número de multinacionales. El candidato de la extrema derecha, Geert Wilders „que lidera todas las encuestas„ ha anunciado que, en caso de ganar las elecciones del 15 de marzo, procederá a romper con la Unión sin necesidad de un referéndum adicional. Menos Europa significa además una Europa más débil y mucho más inestable.

En la era populista, también se define como democrático aquello que no lo es: quebrantar las leyes, por ejemplo, en nombre de una legitimidad previa. O negarse a dialogar y a consensuar en nombre de una mayoría perfecta o imperfecta. Cada día lo comprobamos más a menudo: la democracia populista configura un régimen identitario que detesta la pluralidad. El ejemplo más claro es el denominado lenguaje políticamente correcto, que pretende acallar cualquier discrepancia con el pretexto de alguna modalidad de pureza doctrinal.

En nombre de la libertad, poco a poco se achata el debate público que o bien se tensa hacia sus extremos ideológicos o bien sobrevive de forma semiclandestina. Es la tentación del dedo índice que tan bien conocía el poeta ruso Joseph Brodsky. «Intentad por todos los medios „leemos en uno de sus ensayos„ no caer en el victimismo. La parte del cuerpo más peligrosa es el dedo índice, siempre ansioso de señalar culpables. Un dedo que señala es el símbolo de la víctima, opuesto al signo de victoria y equivalente al de derrota. Por abominable que sea vuestra situación, procurad no echar las culpas a nada ni a nadie: la historia, el poder, los superiores, la raza, los padres, la fase lunar, la infancia, la etapa anal, etc.». No me parece mal consejo en la era populista.

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