No sólo, como contábamos ayer, la música se graba, con frecuencia, peor que hace treinta años, sino que se reproduce de un modo más precario aún: directamente del ordenador, de YouTube, con los auriculares conectados al móvil. Si eso pasa con el arte que comparte con la poesía la mayor elevación (sin ascensor), calculen qué pasará con algo tan ordinario como la generación de energía, que parece cosa de mineros rusos o bolivianos. Por ejemplo, las plantas nucleares que unieron la catástrofe del socialismo de estado (Chernóbil) con el desastre, impecablemente capitalista, de Fukushima. No digo que los reactores de fisión no estén bien para el Sáhara o Urano, pero no para lugares habitados.
Como la energía solar favorece la autosuficiencia y el Gobierno es partidario de la intensa vida social, en los últimos años España ha invertido menos en fotovoltaica que reinos brumosos y fríos como Inglaterra o Flandes. Los molinos de generación son un matadero de aves silvestres y ya existen aerogeneradores sin aspas, pero ya verán como no se apresuran en adoptarlos: tienen que sacarle jugo a los antiguos. El problema de fondo es que se nos pide nuestra opinión y voto para las cosas más triviales (y necias), pero se nos niega para las más decisivas: ante el ideal de la sociedad abierta, prefieren cerrar puertas por si hay corrientes (de opinión). Y una tecnología puede cambiar (a peor) nuestras vidas, más que cien políticos incompetentes y ladrones (y sobran vocaciones).
El problema también es que los políticos no mandan y se limitan a cumplir como fámulos del dinero, pero hoy toca tecnología. La bioingeniería, por ejemplo, en sus actuales modos de aplicación, amenaza la diversidad genética de la Tierra y la soberanía alimentaria de los pueblos. Por no hablar de la industria farmacéutica, otra que vende tersura a los abuelos. La tersura, para las muchachas en flor, que para eso están. O las técnicas de microcirugía, implantes, regeneración de tejidos y cultivo de órganos que amenazan con escindir la sociedad en un grupito selecto y una inmensa mayoría desposeída. Más aún. Continuará.
